jueves, 15 de noviembre de 2012


“MI AMIGO LEO”

Llegaste a mi vida como regalo del Creador un día del que ya no recuerdo, eras aun un pichón temeroso y pequeñito. ¿Quién arrancó tu nido, te sacó de la colpa y del calor de tu madre? Quizás un maderero cortó el árbol donde habitabas, o tal vez un cazador derribó tu nido, sin embargo, la providencia divina te condujo hasta a mí.

Te bauticé con el nombre de “Leo”, de alas y pecho multicolores, que el más reconocido artista quisiera poder pintar; tu “voz” era un suave sonido a mis oídos, aficionado al maní y al pan casero.

Al pasar los años ¡cómo creciste! Hasta decías tu nombre “Leo, Leo, Leo”. Después de muchos intentos y caídas, aprendiste a volar, que majestuoso te veías en el firmamento, con tus alas extendidas dando vueltas en el aire, como recordándome cuál es tu lugar en la naturaleza.

En nuestra localidad todos te conocían, mientras volabas te posabas en el hombro de los vecinos, pero sobre todo del mío; escuchabas mi voz y rápidamente ibas a mi encuentro, nos llenabas de alegría y eras todo una atracción.

A veces no sabía dónde estabas, silbaba fuerte y gritaba “Leo” al instante oía tu graznido y una vez más como otras veces abrías tus alas entregándote al viento para llegar a mi lado.

Pero amigo “Leo”, un día con mucha tristeza te tuve que dejar; por ese rollo de la gente “civilizada”, caminar apurado todo el día, estar en reuniones, cumplir agendas de trabajo, proyectos, etc., pero teníamos la promesa de volvernos a encontrar pasada cuatro semanas.

Al fin llegó la fecha esperada, bajé del bote, arrojé en el cuarto mi equipaje y corrí a buscarte en la puerta de la cocina “Leo, Leo Leo” piuufff silbaba, pero nada, solo el silencio me respondía.

Caminé por los lugares donde solías descansar, llamaba una y otra vez, pregunté a los vecinos si te habían visto, me respondían por allá, por acá, por ahí debe estar.

Comprendí que quizás te habías unido a una bandada de guacamayos al notar mi ausencia y en tu soledad buscaste compañía, aunque desolado era lo mejor que pudiera haber pasado.

Sin embargo, escuché horrorizado, días después, algunos comentarios que destrozaron mi corazón y me llenaron de desesperanza; decían que posiblemente terminaste cocinado y guisado en una olla. Tu desaparición es un misterio; a veces cuando voy a dormir al llegar la noche, no puedo evitar derramar lágrimas recordando nuestra amistad. Tu nombre sigue presente porque en la cocina “Beto” el otro guacamayo siempre te llama “Leo, Leo, Leo”.

Solo ruego a Dios, poder volvernos a encontrar “más allá”, donde tu amistad sincera y la mía, sea para toda la eternidad. Hasta siempre, “amigo Leo”.

 

Por El Shanti Moreno

(Historia contada por los  PP.  Roberto Carrasco y Édgar Nolazco  OMI, recopilada y adaptada – Santa Clotilde)

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