lunes, 24 de septiembre de 2018

La Amazonía, la caricia de Dios, ímpetu misionero


LA AMAZONÍA, LA CARICIA DE DIOS, ÍMPETU MISIONERO

Por Roberto Carrasco, OMI

Ya casi a un año del anuncio hecho por el Papa Francisco acerca del Sínodo Especial para la Pan Amazonía. Era el 15 de octubre del 2017, cuando en Roma, el Santo Padre se dirigía a toda la Iglesia con estas palabras: «la finalidad de este encuentro será individuar nuevos caminos para la evangelización de esa porción del Pueblo de Dios, especialmente de los indígenas, a menudo olvidados y sin perspectivas de un porvenir sereno, también a causa de la crisis de la Selva Amazónica, pulmón de capital importancia de nuestro planeta». Es imborrable este recuerdo de aquella sonrisa de esperanza que me brotó al improviso cuando escuchaba estas palabras del Papa Francisco.

¡Qué gran alegría se siente escuchar que la voz de los pueblos indígenas y originarios de la Pan Amazonía se hayan vuelto un eco y hayan llegado a los oídos del Vicario de Cristo!


Oblato, enviado para evangelizar a los pobres

Desde los inicios de nuestra fundación, los misioneros Oblatos de María Inmaculada nos hemos caracterizado por estar en medios de los pueblos olvidados, de los más alejados. Y si se trata de recordar los primeros años de formación oblata, pues, vienen a mi memoria esa gran motivación que me detuvo y me detiene, frente a Cristo Crucificado, tantas horas: “Sí…, los Oblatos estamos allí donde nadie quiere ir, a donde nadie quiere estar”. Realmente tenemos toda una tradición misionera riquísima de audacia y presencia en tierras de misión, a la manera de cómo San Eugenio de Mazenod lo pedía siempre . La primera Regla de 1818 decía: (Los Oblatos) «Son llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano; y aunque por razón de su escaso número actual y de las necesidades más apremiantes de los pueblos que los rodean, tengan que limitar de momento su celo a los pobres de nuestros campos y demás, su ambición debe abarcar, en sus santos deseos, la inmensa extensión de la tierra entera […]» (cf. Mt 28, 19; Hch 1, 8; AG 6). Por cierto, esta Regla el mismo De Mazenod en 1831 se atrevió a comentar:  «¿Tendremos alguna vez una idea justa de esta sublime vocación? Para eso haría falta comprender la excelencia del fin de nuestro Instituto, indiscutiblemente el más perfecto que se pueda proponer aquí abajo, ya que el fin de nuestro Instituto es el mismo que se propuso el Hijo de Dios al venir a la tierra: la gloria de su Padre celestial y la salvación de las almas […] Fue especialmente enviado para evangelizar a los pobres […] y nosotros hemos sido fundados precisamente para trabajar en la conversión de las almas y especialmente para evangelizar a los pobres».

Quiero lograr entender, pero no puedo, porque el ímpetu del Papa Francisco y el ímpetu de San Eugenio de Mazenod se fusionan en mi reflexión. Probablemente con el tiempo encontraré la respuesta a este ímpetu misionero que no nos deja tranquilos.

Amazonía: Nuevos caminos para la Iglesia

Deseo detenerme unos segundos para ver la Amazonía en su conjunto. Pero no verla solo geográficamente, sino verla como un grandioso campo extenso de misión al que estamos llamados todos a vivir nuestra vocación misionera. Si fijamos nuestra atención en la introducción del documento preparatorio para el Sínodo Pan Amazónico, titulado: AMAZONÍA: NUEVOS CAMINOS PARA LA IGLESIA Y PARA UNA ECOLOGÍA INTEGRAL, presenta a la Amazonía como «una región con una rica biodiversidad, multiétnica, pluricultural y plurireligiosa, un espejo de toda la humanidad que, en defensa de la vida, exige cambios estructurales y personales de todos los seres humanos, de los estados y de la iglesia». Palabras que nos recuerdan uno de los mandatos del 36° Capítulo General OMI que nos sigue desafiando cada vez más: La interculturalidad…, «uno se siente mejor dispuesto una vez que ha encontrado otras culturas. Este difícil encuentro de culturas también nos afecta a nosotros, misioneros oblatos». Y hablamos de interculturalidad porque la evangelización hoy es intercultural. Bien tienen razón los padres del último Capítulo General al decir que: «la vida y la misión interculturales tienen un precio». Transitar por la Amazonía es una forma de transitar por las exigencias de la interculturalidad, nuevo camino no solo para nosotros sino para toda la Iglesia.

¿Qué es la Pan Amazonía?

Una región que comprende nueve países en América del Sur: Brasil, Perú, Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Guyana Francesa, Guyana y Surinam; –y nosotros los Oblatos estamos presentes en siete de nueve países–; un territorio que comprende 5,5 millones de Km2; con 33 millones de personas que la habitan; 390 pueblos indígenas; además unos 145 pueblos en aislamiento voluntario; unas 240 lenguas habladas; 49 familias lingüísticas; la Amazonía «es un ecosistema que reúne calidades como ningún otro en nuestro planeta: es la mayor floresta del trópico húmedo y a la vez de mayor biodiversidad, es hábitat de cientos de pueblos indígenas de las más variadas culturas que reproducen una gran diversidad cultural adaptada en cada caso al ambiente selvático nada uniforme», según lo explica Dourojeanni.  Estos pueblos que hoy se encuentran con territorios en serios riesgos por los impactos políticos, económicos y sociales que hacen que exista una lucha constante por subsistir y por el territorio. Y frente a esta realidad existe una larga lista de megaproyectos extractivos, muchos de los cuales, están causando hoy serias consecuencias tanto a la persona humana, como a toda la Casa Común. Consecuencias que están desplazando, aniquilando o sometiendo poblaciones enteras sumidas en la extrema pobreza y abandono. «Si nada cambia, esas personas no tendrán oportunidad de sobrevivir. Y entonces también la naturaleza será destruida por completo», fueron las palabras del Cardenal Claudio Hummes, presidente de la Comisión Episcopal brasileña para la Amazonía y de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) quien presentó el miércoles 19 de setiembre en Berlín, un alarmante informe sobre la situación de los derechos humanos de la población indígena amazónica.

Con ímpetu misionero

La desafiante encíclica del Papa Francisco, la Laudato Si’, nos llama a vivir y a respondernos «¿qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan?» Estamos viviendo nuestra vocación oblata hoy en un contexto muy especial, donde la Iglesia nos pide fidelidad al Evangelio y al Reino de Dios, que nos llama a la conversión integral, a ser custodios de la Casa Común, aprendiendo de los saberes y valores que los pueblos indígenas y originarios nos enseñan. Y a propósito de respuestas concretas, en Berlín,  la REPAM ha presentado un informe sobre la situación de los Derechos Humanos de los pueblos indígenas en la Amazonía. En una entrevista dada a la DW, el Cardenal Hummes señalaba que: «hay presión de parte estatal y de consorcios nacionales o multinacionales. Se persigue el máximo beneficio económico. Las personas no importan nada. Todos los implicados atentan contra derechos humanos fundamentales. En la mira están las materias primas para el mercado mundial y también los terrenos para cultivar. La persona no es importante. Y tampoco el medio ambiente importa. Se busca la ganancia rápida, el dinero rápido. En la actualidad tenemos la terrible situación de que cada vez más aguas subterráneas están contaminadas. Los consorcios internacionales usan allí métodos que en sus países de origen están prohibidos. En la Amazonía eso no le preocupa a nadie».

Surgen preguntas que esperan respuestas

¿De qué manera somos cooperadores con el Salvador en estas tierras de misión?, ¿cuál puede ser nuestra respuesta misionera frente al pueblo y al planeta que gritan? Sin duda, la REPAM nos está dando líneas de acción para trabajar juntos y así poder navegar por los ríos junto con nuestros hermanos amazónicos, defendiendo sus tierras, visibilizando sus formas de vida, escuchando sus denuncias, sus propuestas, sus alternativas que basadas en el principio del Buen Vivir, junto al Evangelio, encarnan perfectamente el rostro de Cristo en una Iglesia con rostro amazónico. En este contexto pre sinodal las encíclicas Evangelii Gaudium y Laudato Si del Papa Francisco, junto a la apertura y llamado que hacen los Obispos de América Latina nos motivan a asumir esta realidad que nos desafía como misioneros ad gentes.

¿Nosotros los Oblatos cómo contestaríamos a esta pregunta que nos repite De Mazenod cuando reflexionamos acerca de nuestra vocación?: «¿tendremos alguna vez una idea justa de esta sublime vocación?». Sin duda, el Espíritu Santo que impulsa la vida misionera de la Iglesia nos lleva sobretodo a escuchar a los pobres y ha dialogar con ellos sin limitar nuestro celo. El Espíritu Santo nos lleva a discernir cómo anunciar el Evangelio de Jesús en la Amazonía. «Hoy el grito de los pueblos amazónicos es semejante al del Pueblo de Dios en Egipto, que por defender sus tierras tropiezan con la criminalización de sus protestas. O cuando son testigos de la destrucción del bosque tropical o cuando sus ríos se llenan de muerte en lugar de vida», subrayaba el Papa Francisco en su encuentro con las poblaciones indígenas el 19 enero del 2018 en la ciudad de Puerto Maldonado – Perú, y que muy bien lo expone en el documento pre sinodal.

Los Oblatos y la Amazonía, con un nuevo rostro

La Amazonía es esa caricia de Dios que estamos llamados a vivir. Dejarnos acariciar por la simplicidad de la naturaleza y de la calidez de quienes la habitan. Las experiencias misioneras oblatas vividas en la Amazonía son testimonios de cuanto la vida espiritual y misionera se renuevan cada día en el contacto directo con la creación tan cercana y envolvente. No solo estando allí, también navegando y recorriendo ríos, cochas y quebradas, con ese «dinamismo de salida que Dios provoca en todos los creyentes» (cf. EG 20). Y más aún, nosotros como Oblatos, intentándolo todo para dilatar el Reino de Dios. Realmente es un privilegio escuchar la sabiduría que tienen los protagonistas de esta misión amazónica. Los pueblos indígenas al transmitirnos toda su sabiduría y espiritualidad, nos retan a integrar en nuestras prácticas misioneras toda la riqueza que implica el diálogo intercultural e interreligioso en medio de ellos. Son esos nuevos caminos con nuevos rostros que se nos abren hoy. Nuevos caminos y nuevos rostros que nos invitan a asumir nuevas luchas misioneras, con audacia, humidad, confianza y sencillez.

En fin, ¿qué papel podemos tener frente a este llamado eclesial? Por un lado, vienen al corazón las palabras de San Eugenio de Mazenod cuando escribía: La congregación, «aunque por razón de su escaso número actual y de las necesidades más apremiantes de los pueblos que los rodean, tengan que limitar de momento su celo a los pobres de nuestros campos… somos llamados a ser cooperadores y corredentores…»; y por otro lado, las palabras del Papa Francisco dirigidas a nosotros el 7 de octubre del 2016: «¡Es importante trabajar por una Iglesia que sea para todos,  una Iglesia lista  para recibir y acompañar! La labor para lograrlo es vasta y ustedes tienen también una contribución específica que aportar»”. –exclamó el Pontífice a los Oblatos de María Inmaculada en aquella visita que le hicimos–. ¿No es esto acaso un nuevo llamado a un nuevo ímpetu misionero oblato?


En Roma, 24 de setiembre del 2018

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