martes, 12 de enero de 2016

P. TEMPIER OMI..., ¡ NUESTRO SEGUNDO PADRE !


A LOS 200 AÑOS. P. Tempier: “Su primer compañero, su amigo infatigable,… PODEMOS CONSIDERARLO COMO NUESTRO SEGUNDO PADRE”.

 Por Roberto Carrasco, OMI

LOS INICIOS MARCARON UNA AMISTAD QUE NOS INSPIRA
Eran compañeros de Seminario. Se formaron en un contexto difícil. Después de la Revolución Francesa se da la Constitución Civil del Clero y en medio de esta realidad, la Iglesia necesitaba de sacerdotes que respondan al desafío de enfrentar todo aquello que afectaba las costumbres y la manera de vivir la fe de los franceses. A pesar de todo lo acontecido, la fidelidad de algunos sacerdotes sostenía una Iglesia vulnerable, una Iglesia perseguida. Una vez que se restableció la paz religiosa, ambos, en medio de sus propios procesos vocacionales decidieron responder al llamado de Dios. Cada uno a su estilo respondió a la voz de Dios. Fueron ordenados sacerdotes. Probablemente no pensaban que la amistad los uniría en una misma casa, en una misma misión, en un mismo sueño: predicar a las gentes y empeñarse a ser santos.

 Ambos compartían el mismo espíritu: el amor de Dios, el bien de la Iglesia y la necesidad de instruir a la gente y llevarlos a la conversión. Este fue el espíritu que los unió cuando comenzaron a vivir juntos la experiencia del 25 de enero de 1816: Carlos José Eugenio de Mazenod y Francisco de Paula Enrique Tempier.

 Ya en el corazón de Eugenio de Mazenod ardía un fuego. Era, sin duda, muy fuerte este momento para él. Había experimentado el amor a Jesucristo y a la Iglesia. Esta experiencia la quería compartir con otros. Buscaba alguien entre el clero joven que compartiera su preocupación por la Iglesia y que fuera un amigo según su corazón. Escribe el 12 de setiembre de 1814 a Carlos Forbin-Janson, diciéndole: “En medio de todo este ajetreo, estoy solo. Tú eres mi único amigo -en toda la fuerza del término- porque de esos amigos buenos y virtuosos, pero a los que faltan tantas otras cosas, no ando escaso. Pero ¿para qué sirven? ¿Son capaces de suavizar una pena? ¿Se puede conversar con ellos del bien mismo que se quisiera hacer? ¡Para qué! No se sacarían más que elogios o desaliento”. El futuro Fundador indica aquí claramente lo que buscaba: un confidente, un colaborador animado por este mismo celo.

Es así como aparece la figura de aquel que lo acompañará en esta empresa. Después de las primeras efusiones de la más santa amistad, que fue la más cálida jamás vista. Una amistad que iba a durar cincuenta años sin ningún tipo de distorsión. Como no recordar que entre cartas y escritos, compartían la responsabilidad de animarse y perseverar, de orar por el otro, de escucharse, incluso, hasta de soportar si es preciso los momentos difíciles que les tocó vivir. Según Eugenio de Mazenod, fue Dios el que inició la obra poniendo también las mismas disposiciones en los corazones de los otros misioneros. Fue Dios el que escogió a Enrique Tempier.



La primera carta que Eugenio escribió a Tempier resume claramente ese profundo deseo: encontrar un amigo, un hermano, un compañero que camine a su lado. Por tanto Tempier era necesario para la obra de Dios, y por tanto debía escuchar solamente a Dios y confiar en la Providencia. Esta carta la recordamos así:

“Mi querido amigo: Lea esta carta ante su crucifijo, dispuesto a escuchar solamente a Dios y a cuanto su gloria y la salvación de las almas exijan de un sacerdote como usted. Imponga silencio a la codicia, al amor a los gustos y comodidades, tenga en cuenta la situación de los habitantes del campo, el estado de la religión entre ellos, la apostasía que cada vez se propaga más y causa estragos horrendos... consulte con su corazón lo que deberá hacer para remediar esos desastres y, luego conteste a mi carta.

Pues bien, amigo, le digo sin entrar en mayores detalles que usted es necesario para la empresa que el Señor NOS HA INSPIRADO... HEMOS PUESTO los cimientos de una obra que proporcionará asiduamente fervorosos misioneros a las zonas rurales.

La felicidad NOS ESPERA en esta santa asociación que no tendrá más que un solo corazón y un alma sola,... no le digo más de momento... Si, como espero, quiere ser de los nuestros,... es que queremos escoger hombres de buena voluntad y valentía para seguir las huellas de los apóstoles. Es importante poner cimientos sólidos; es necesario establecer e introducir la máxima regularidad en la casa en cuanto nos hayamos metido en ella. Y precisamente para eso es Ud. necesario, porque sé que es capaz de abrazar una regla de vida ejemplar y de perseverar en ella...”

 Que formidable es recordar en el contexto de los 200 años de la Congregación las propias palabras de Eugenio de Mazenod dirigidas a Enrique Tempier: “EL SEÑOR NOS HA INSPIRADO…, HEMOS PUESTO LOS CIMIENTOS DE UNA OBRA…, LA FELICIDAD NOS ESPERA EN ESTA SANTA ASOCIACIÓN…”

 Con el entusiasmo propio de un hombre que quiere seguir las huellas de Jesucristo, Enrique Tempier respondió a Eugenio, aunque no firmó la carta:

“¡Bendito sea Dios que le ha inspirado el proyecto de preparar para los pobres, para los habitantes de nuestros campos, para aquellos que más necesidad tienen de ser instruidos en religión, una casa de misioneros que irán a anunciar las verdades de la salvación! Comparto plenamente sus ideas, mi querido compañero, y, lejos de esperar nuevos requerimientos para ingresar en esa santa obra tan conforme a mis deseos, le confieso que de haber conocido antes su proyecto me hubiese adelantado a rogarle que me recibiera en su asociación. Tengo que agradecerle, por tanto, que me haya juzgado digno de trabajar para la gloria de Dios y la salvación de las almas...”.

Tempier le manifiesta su afecto y dedicación a Eugenio, le escribe: “Señor y querido socio,... Santo amigo y verdadero hermano no sé cómo agradecerle cuanto ha hecho por mi salvación. Ud. es de verdad el amigo más querido de mi corazón”.  Al leer Eugenio la respuesta, está convencido de haber encontrado al colaborador que buscaba. La respuesta de Tempier muestra una perfecta armonía con el ideal y el espíritu que Eugenio le ha propuesto. En una carta dirigida a Tempier el Fundador le señala: “Me hacía presentir mi corazón, queridísimo amigo y buen hermano, que ud. sería el hombre que Dios me reservaba para ser mi consuelo”. Con esto queda sellado de ahora en adelante la relación íntima de amigo que comenzó a tener con Eugenio de Mazenod.  Y fiel a su promesa decidió partir para Aix. Escribió Tempier después: “Por la gracia de Dios, yo siento en mí ese deseo”. Solo el amor fraterno que lo unía al Fundador hizo posible ese distintivo oblato que lo heredamos del Fundador: “Entre ustedes la caridad, la caridad, la caridad y fuera la salvación de las almas”.

DAMOS UN SALTO A LOS ÚLTIMOS AÑOS... Y COMPROBAMOS QUE ERAN EL UNO PARA EL OTRO
Después de varios años de trajines y experiencias misioneras que ambos compartían cuando leían las cartas de los oblatos que estaban viviendo la aventura misionera en el mundo, sucedió un acontecimiento que marcará y lo desanimará de ahora en adelante. El 21 de mayo de 1861, el día de la Muerte del Fundador, Enrique Tempier escribe a todos los miembros de la Congregación y les dice:

 “Monseñor, nuestro muy amado Padre, acaba de dejarnos. Dios le ha llamado para coronarlo en el cielo. Con el corazón roto por el dolor más profundo, no podemos decirles más en este momento.  Monseñor Carlos José Eugenio de Mazenod,... ha muerto,... se ha apagado dulcemente, rodeado de sus hijos, acompañado ante Dios de las oraciones y las lágrimas de ellos, fortalecido con todos los auxilios religiosos que su piedad solicitaba”.

Al día siguiente, el 22 de mayo, dolido por tal acontecimiento –y con esa humildad que lo caracterizó todos estos años- Tempier decide renunciar a ser elegido vicario capitular, pues acaba de perder “lo que más tenía en este mundo” y se siente como aplastado como un hombre a quien todo le falta en esta tierra de miserias. A la muerte de su amigo se “sintió como aplastado, como un hombre a quien le falta todo en esta tierra miserable”. El dolor fue muy grande.

Después de la Muerte de Eugenio, las tristezas y preocupaciones no culminaron. Aparece un personaje que intentará realizar algo terrible que podría haber ocasionado grandes consecuencias en la vida de Tempier al frente de la Congregación. El 5 de setiembre de ese mismo año, Mons. Cruice, nuevo obispo en Marsella, retira a los Oblatos de la administración del Santuario de Ntra. Sra. de la Guardia. Y anuncia que Mons. de Mazenod legó a los oblatos bienes de la diócesis, intentando así recuperar esto y para lograr sus fines amenazaba con disolver la Congregación en Francia y exigir que Roma le retirase la aprobación pontificia.

            ¿Qué pasó por la cabeza del P. Tempier?, no sabemos, y ¿en octubre de 1861?, ¿fue por eso que el P. Tempier para prevenir ese asunto hizo un viaje misterioso a Roma? Dios sabe realmente qué sucedió.

 Luego, como un gran gesto de humildad y de servicio el José Fabre, superior general elegido, dijo a Tempier:

          “Usted era llamado a remplazar a un Padre tiernamente amado;... antes, nuestro venerado Fundador lo era todo y bastaba para todo... Lloraremos siempre, sin duda, a nuestro primer Padre y usted lo llorará con nosotros: Permítanos, no obstante, que le digamos: aquel Padre no se ha ido del todo, LE HA DEJADO A USTED SU ESPÍRITU Y SU CORAZÓN”. Dentro de poco, Enrique Tempier será el primer oblato que celebre sus 50 años de sacerdocio. Así lo afirmó José Fabre refiriéndose a Tempier: “Un sacerdote irreprochable”.

Esta afirmación nos hace pensar y creer que en la Congregación, como lo afirmó el 25 de octubre de 1866, Mons. Jeancard, cuando escribe al P. Fabre diciéndole: “Abrace tiernamente de mi parte a nuestro querido P. Tempier... en lo que atañe a la historia de la Congregación, DEBE figurar al lado del Fundador”.

En 1873 durante el capítulo general se celebró otro servicio solemne, como recuerdo filial del “primer compañero de nuestro Fundador, su amigo infatigable, QUE PUEDE CONSIDERARSE COMO NUESTRO SEGUNDO PADRE”.

El P. José Fabre, OMI, en una Nota Necrológica decía del P. Tempier. “Sólo Dios conoce lo que el Enrique Tempier ha realizado en la dirección del seminario mayor, en la confesión de los sacerdotes que le habían brindado su confianza, y en el cuidado que prodigó a las comunidades religiosas... En los consejos de los obispos, en la solución de los asuntos, siempre se ha reconocido su visión práctica, justa, moderada. No cabía equívoco sobre la sinceridad y la pureza de sus intenciones. Inflexible en cuanto al deber, era siempre conciliador en cuanto a las circunstancias. Y cuando se veía obligado a actuar con rigor, se reconocía, por encima de su autoridad, la  autoridad  de  la  conciencia  a la que obedecía ... Nuestro  Fundador  y  el  P. Tempier  han  seguido  la  misma  conducta..., siempre el P. Tempier ha conservado la calma del hombre perfecto, la intrepidez de la conciencia cristiana y la abnegación heroica que el sacerdote según el corazón de Dios saca de las luces de la fe y de las inspiraciones de la piedad. No temió exponerse a las injusticias de la opinión ni desafiar las pasiones populares”.

Este 25 de enero del 2016, en el comienzo de nuestro año jubilar por los 200 años de fundación, como gratitud a Dios y a María Inmaculada podemos expresar nuestra gratitud tanto por San Eugenio de Mazenod como por Enrique Tempier. Esta amistad entre ha hecho de la Congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada una obra de Dios para la Iglesia, pero sobre todo para los más pobres. Justas y profundas son las palabras de Eugenio al referirse a su amigo de toda la vida:

“[Eres] mi primer compañero, desde el primer día de nuestra unión, captaste el espíritu que debía animarnos y que debíamos comunicar a los demás”.

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