sábado, 5 de diciembre de 2015

EL "SI" DEL PUEBLO PREFIGURA EL "SI" DE MARÍA


“FIAT MIHI SECUNDUM VERBUM TUUM” (Lc 1, 38)

por Roberto Carrasco Rojas, omi

En principio, no es fácil descubrir en el Misterio de Salvación cuál es la voluntad primera de Dios, si no hay en la persona un deseo ardiente de Dios y de conocer su designio y, además, una apertura de corazón que permita abrir nuestro ser del todo, y así dejar que el Señor actúe según el plan de salvación que tiene desde el principio de todo.
En la economía de la salvación, muchas y muchos han sido elegidos por Dios para realizar dentro de su proyecto de salvación, una labor en concreto, que permita dar a conocer a toda la humanidad, como lo hizo Adán y Eva, o a un pueblo específico, como lo hizo Moisés, Josué, David, Salomón, los profetas, Ana, Rut, Ester, e incluso, la mujer de Urías el hitita, Betsabé. Así como ellos y ellas, un número determinado de personas han sabido desempeñar un papel, en su tiempo trascendental, respondiendo a un esquema histórico de conversión y aversión, donde se dejaba gritar por si misma la voz de Dios que decía: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” (1S 15, 22).
Dando un salto de la Antigua Alianza a los comienzos de la Nueva Alianza, podemos encontrar la figura de una mujer que supo responder con sencillez, con prontitud, con altura, con entrega, con decisión, con valentía: “Fiat mihi secundum Verbum tuum” (Lc 1, 38); y, sin querer caer en una visión pesimista. Con María concluye un esquema de infidelidad donde se han visto envueltos algunos y algunas que habían recibido una invitación de parte de Dios para una acción concreta.
Me detendré en estas palabras latinas, para intentar realizar una reflexión teológica a partir del dato bíblico que el evangelista san Lucas nos presenta de una manera particular en su evangelio.
A partir de este dato, recogeré algunas reflexiones exegéticas y hermenéuticas de algunos autores que han trabajado este tema, para llegar a concluir con una aplicación pastoral al respecto.
Dentro de un pequeño esquema que sitúa este hecho en la economía de la salvación, restando la actitud que llevó a María a responder de esta manera al plan de Dios, y de lo que podemos aprender de su actitud hoy.
Como veremos, es posible que esta reflexión no sea nada nueva, porque la expresión de María ha llevado a muchos a entrar en un proceso de discernimiento, encontrando en ella muchas riquezas en las diversas ramas de la Teología.
Situando este hecho en la economía de la salvación
Este pasaje de Lc 1, 38 tiene por protagonistas de escena a María, al ángel Gabriel y por supuesto al Espíritu Santo. Hemos de recordar que este pasaje, a la vez que se sitúa en el contexto de la Anunciación, en el Nuevo Testamento, también se remonta al contexto de la Alianza en el Antiguo Testamento, que equipara el sí de María al sí del pueblo de Dios en el Éxodo; nos dice A. Sierra: “El pacto entre Dios y el pueblo de Israel sancionado en el monte Sinaí (Ex 19-24) es como el Evangelio del AT… El Señor, mediante su portavoz Moisés, habló de esta forma al pueblo reunido en las faldas del Sinaí: ‘Habéis visto cómo he tratado a los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído hasta mí… vosotros seréis un reino de sacerdotes, un pueblo santo (Ex 19, 4-6a)… En efecto, Dios propone pero no impone. La libertad, don de Dios creador, es esencial al diálogo de la alianza,… todo el pueblo respondió a coro: ‘Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho’ (Ex 19, 8a; cf. 24, 3. 7). Estas palabras fueron como el fiat, como el ‘sí’ con que Israel aceptaba unirse a Yhwh, su Dios como esposo. De esta manera quedó concluido el desposorio de la alianza (cf. Ez 16, 8)”[1] 
Nos encontramos aquí con el primer fiat que el pueblo de Israel realiza, y que definirá en concreto esta Alianza que Dios les tiene preparado. Este pueblo al responder ‘Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho’, nos recuerda a las palabras que en el anuncio del ángel pronunció la virgen María: ‘Fiat mihi secundum Verbum tuum’ (Lc 1, 38). El mismo Serra ve en esta actitud del pueblo, como se vislumbra la actitud de María frente a las palabras del ángel, “la anunciación… página tan conocida del evangelio de Lucas (cf. Lc 1, 26-38) guarda ciertas analogías con la ratificación de la primitiva alianza del Sinaí (cf. Ex 19, 3-8). Lo mismo que para la alianza del Sinaí hubo un mediador que hablaba en nombre de Dios, así para el anuncio de María está el ángel (Gabriel), enviado por Dios (cf. Lc 1, 26). en calidad de portavoz de su Señor, Gabriel revela a María cuál es el proyecto que Dios tiene sobre ella: ‘Has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo…’ (vv. 30-33)”[2]. 
Se ve entonces, con más claridad como esta analogía se presenta de dos maneras: la primera respecto al fiat del pueblo con el fiat de María, y la segunda es Moisés entre el pueblo y Dios, y el ángel como mediador entre Dios y María. Desde ese momento “María será como una nueva arca de la alianza: llevará en su seno al Hijo de Dios”[3].
María en la Anunciación será entonces, como el lugar donde morará el Señor, así como el Arca de la Alianza, que acompañó al pueblo durante toda su travesía en el Antiguo Testamento. María en su seno concebirá a Jesús, y gracias a su fiat valiente y confiado, con esto “ella se hace madre de Dios, del Cristo histórico, en el fiat de la anunciación, cuando el Espíritu Santo la cubre con su sombra. es la madre de la iglesia porque es madre de Cristo, cabeza del cuerpo místico. Además, es nuestra madre”[4].
En este mismo contexto, el ángel comenzará a presentar a María el Plan de Dios para con toda la humanidad, pero al parecer ella al principio no comprende, pero sus reacciones humanas nos afirman que ella a pesar de todo supo confiar plenamente en Dios dueño de la Vida y Señor de la Historia. Sus palabras son de acogida a este mensaje divino. A la vez “el fiat de María está condicionado por la preocupación de la virginidad. La afirmación tranquilizante: ‘Concebirás y darás a luz a un Hijo’, hace desaparecer la sombra de la turbación y disuelve todas las reservas. Ante la palabra María se muestra absolutamente abierta y disponible y, lo mismo que está totalmente al servicio del Señor, así también está por completo al servicio de su palabra. La fe de María ante la palabra de Dios hace actuables las cosas que se han dicho y ya en su visita a Isabel oirá cómo la proclaman ‘bienaventurada’”[5]. Y será bienaventurada justamente por lo que significa el fiat pronunciado por sus labios. Con su fiat ella afirmará todo lo que debieron afirmar valientemente y con fidelidad todos estos hombres y mujeres que Dios había llamado para comunicar su mensaje, su plan de salvación. Con su fiat ella entrará a formar parte activa de este misterio de redención que Dios nos tiene preparado, misterio de Amor de la que María se hace partícipe. “María entrega todo su ser, en la virginidad, a la realización del deseo divino (Lc 1, 38)”[6].
Con su fiat “pronunciado en nombre de toda la humanidad, se establece una relación inviolable entre Dios y la humanidad…”[7], una relación de entrega y amor, un don para la humanidad que nos viene por María, ella será la primera creyente capaz de decir sí a la voluntad de Dios. Un sí que la hace vibrar de alegría después, como lo vemos en el canto del Magnificat (cf. Lc 1, 46-55). Este sí le permite entrar a formar parte de aquellos que como Moisés descubrieron que Dios está detrás de la historia de todos los hombres y mujeres. Ella será desde ese momento la nueva imagen de un pueblo creyente que espera la liberación, una liberación que comienza con un sí a la vida, un sí que nos muestra un nuevo vivir en el Señor; un sí al proyecto de vida que Dios tiene para cada uno. Por eso que el teólogo Von Baltasar nos afirmará que “María es un elemento esencial de la historia de la salvación”[8].
Con lo anterior, el fiat de María queda firmado en la economía de la salvación, y vemos como la “Voluntad de Dios (Espíritu Santo) y voluntad de María (fiat) se han unido para siempre… Por primera vez en los inmensos siglos de la historia han unido sus deseos Dios y los humanos: Dios quiere como Padre que su Hijo nazca en la historia de los hombres; para eso necesita y busca la colaboración libre de María. María quiere que su más honda fecundidad de mujer, persona y madre, esté al servicio de la manifestación salvadora de Dios”[9]. Es toda una pedagogía divina, donde descubrimos el valor grande de la libertad humana frente a la voluntad divina, el valor de la fe frente a la duda que encontramos en diversos momentos de la historia, ante esto, bien conocemos esta expresión -‘donde haya duda ponga yo fe’-, que se atribuye a San Francisco de Asís. También descubrimos el valor de la esperanza frente a las euforias y retrocesos del pueblo de la antigua alianza.
Desde esa mirada vemos como Lucas en su evangelio “ha situado a María, como (la) mujer que dice la Palabra, realizando el más fuerte misterio, en nombre propio y en nombre de todos los varones y mujeres de la tierra: ¡hágase, hagamos!”[10]. Su palabra es también nuestra palabra, la Iglesia desde el Nuevo Testamento la hace suya con el propósito de encontrar en ella el deseo profundo de intentar como María decir SÍ al Plan de Dios, porque nadie como ella conoce las consecuencias de este SÍ, nadie como ella ha sabido afrontar el sufrimiento y dolor desde su corazón hasta su vida misma, ser la madre de aquel que dio su vida para salvarnos. Este SÍ nos ofrece un campo amplio de ver las cosas con ojos de fe, ver los acontecimientos de la vida, como los enfrentamientos ocurridos en el Medio Oriente [últimamente lo que acontece en Siria] o la intransigencia de algunos “países que creen tener poder” frente a la injusticia que imparten a países con necesidades primarias no atendidas. “Los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial”, así lo afirma el Papa Francisco en Laudato si (LS 56). Incluso, lo que está ocurriendo en nuestros países de Latinoamérica cuando damos una mirada a la manera de como gobiernan unos pocos, a costa de grandes mayorías, y podemos seguir poniendo más ejemplos; mirar los acontecimientos de la vida con esperanza y empezar a caminar en este mundo con María, siempre al encuentro de nuestro prójimo, como son el migrante, el niño trabajador, la mujer, el indefenso, el enfermo con VIH, y otros; como lo hizo María una vez recibido el anuncio del ángel, al ir al encuentro de Isabel.
Para concluir, me quedo con un pensamiento que resume esta primera parte de la reflexión: “María es el único ser humano que pudo tener noticia personal de lo que se cuenta en Lc 1, 26 – 38”[11]. Ella es la primera testigo de este Plan de Salvación que tiene en la Anunciación uno de los misterios más grandes de nuestra fe, la Encarnación del Hijo de Dios, pero que no abordaremos aquí por ser motivo de una amplia investigación.
La actitud que llevó a María a decir SÍ al Plan de Dios
La imagen de María es la imagen de una mujer joven que supo afrontar con decisión el peso de su palabra: “fiat mihi secundum verbum tuum” (Lc 1, 38). Esto exigió de ella dos actitudes esenciales como persona y como mujer creyente: Una actitud de fe y una actitud de esperanza. Sin pretender dejar de lado otras actitudes que también son importantes como la acogida, la humildad, la sencillez, la alegría, la contemplación, la valentía, etc. que nos pueden decir que todo esto tiene un valor inmenso en la Iglesia, e incluso en la sociedad misma, pues tanto la fe como la esperanza la han reivindicado una profunda afirmación en la vida y en la visión del tipo de creyentes que queremos y esperamos.
María se convierte en el paradigma de persona creyente que actuando en libertad frente a una responsabilidad inmediata ante Dios y ante la humanidad, ser Madre del Hijo de Dios, supo dejarnos una muestra de lo que la fe y la esperanza pueden hacer en la Iglesia y en la sociedad.
Una actitud de fe:
“¿Cómo procede María ante esta revelación inaudita? Su actitud es la reacción típica del pueblo que es hija. efectivamente, Israel es una comunidad de fe a la que Dios había educado en la atención a su palabra; atención que se transforma en diálogo sabio e inteligente…”[12] María es parte de esta comunidad creyente, forma con todos y todas, el pueblo al cual Dios libera con su Palabra; y fue María , al igual que el pueblo de Israel, capaz de decir SÍ a la voluntad de Dios, con una fe desinteresada, abierta y acogedora al Plan de Dios; una fe que se fortalece con el diálogo entre Dios y ella a través del ángel, un diálogo que da sentido a su vida y a su fe. De allí que “las palabras con que María da su asentimiento al anuncio del ángel dicen la consciente aceptación de su función de mujer creyente, ante el desafío de una realidad y de un conjunto de acontecimientos que están más allá de la medida que la inteligencia, el equilibrio y el sentido común pueden de alguna manera penetrar e incluso controlar…”[13] María en medio del pueblo también creyente supo leer las palabras del ángel que en el fondo le pedían una fe plena en Dios, fe llena de esperanza; así ella engendrará al Hijo por la fe a la acción del Espíritu que viene a habitar en su seno para llenarla de Dios encarnado.
Esto no supone la duda ni vacilación, María supo confiar enteramente en las palabras del ángel, y con ello su respuesta llena de fe y entrega al Plan de Dios, nos dice hoy más que nunca que sí es posible poner nuestras vidas en las manos de Dios, porque “no quiere Dios el vacío de María, no busca su silencio, ni se impone en ella como cuerpo. Dios la quiere en persona: desea su colaboración; por eso le habla y espera su respuesta… María ha respondido a Dios en gesto de confianza sin fisuras; ha confiado en él, le ha dado su palabra de mujer, persona y madre”[14]. De allí que podemos con ella comprender que Dios nos invita a ser parte del misterio desde la contemplación y la acción en nuestro actuar diario.
La persona misma de María nos enseña que Dios escoge, a pesar de nuestras limitaciones, a responderle con libertad, con alegría, con una mirada al futuro y al hoy, una mirada que nos permite leer los signos de los tiempos en medio de las vicisitudes de nuestros días. “La respuesta de María está llena de confianza y humildad. A pesar de su fe, no hay duda de que era consciente de que el cumplimiento de la promesa podría tener como consecuencia sospechas, la vergüenza, reproches e incluso una sentencia de muerte. Pero ella no permitió que la idea de esos temores la disuadiera de someterse humildemente a la voluntad de Dios. Por ello María es una inspiración para todos los cristianos como símbolo de fe”[15]. Y no sólo inspiración, sino también prototipo de mujer creyente y fiel a la Palabra de Dios.
Con lo dicho en el apartado anterior, la respuesta de María es la más generosa y representativa de todas las respuestas en la historia de la salvación, es en esa donde “advertimos el eco indudable de las fórmulas que todo el pueblo de Israel solía pronunciar cuando prestaba su propio consentimiento a la alianza: ‘Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho’ (Ex 19, 8; 24, 3. 7); ‘Serviremos al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos’ (Jos 24, 24); ‘Haremos lo que nos dices” (Esd 10, 2; Neh 5, 12; 1Mac 13, 9). En el diálogo de María con el ángel vuelve a vivirse el dinamismo de las interpelaciones entre la asamblea de Israel y sus mediadores, cuando se trataba de vincularse al pacto. En la intención del evangelista, esto significa que la fe de Israel madura en los labios de María”[16]. Es con esta actitud de fe, que ella se convierte en el paradigma de toda actitud creyente y de toda actitud de fe que acoja y sirva al Plan de Dios que se realiza cada día en la historia de la humanidad.
María es así la madre de todos los que creemos en este misterio salvífico, e incluso, es madre de todos los creyentes que apuestan por un mundo nuevo donde Dios que es Misericordia sigue siendo al lado de los hombres y mujeres protagonista de esta historia de salvación. “María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido” (LS 241).
Una actitud de esperanza:
María es la mujer de Nazaret, la campesina joven, la desposada con un artesano llamado José, la inmigrante en tierras lejanas, perseguida por ser fiel a lo que Dios le pedía, la pobre del Señor, la judía creyente en el Dios de la Alianza; fiel a su religión supo orar y entrar en intimidad con Dios desde su hogar, lejos del Templo y de la ciudad capital. Como mujer provinciana supo afrontar las diferencias sociales de tu tiempo, y en medio de su pueblo supo atender las necesidades más urgentes, como son el trabajo, la casa, la familia, el barrio. Ella nos enseña a esperar en la desesperanza, por eso con ella “sólo espera de verdad en este mundo aquel que acoge lo que Dios alumbra en sus entrañas. Sólo espera hasta el final quien asiente y se compromete, de una forma activa, diciendo ¡fiat! ¡hágase!, es decir, ¡hagamos, genoito! (haz en mí, con mi consentimiento) aquello que has dicho. Sólo de esta forma, en colaboración activa puede entenderse y cumplirse la palabra de esperanza… esperar no es asegurar ni imponer, no es pronosticar ni exigir sino saber escuchar y actuar en forma responsable, personal, dialogante”[17].
Su actitud de esperanza nos enseña a mirar con otros ojos lo que una mujer puede hacer hoy en nuestras tierras, en la Iglesia, en la sociedad, en el mundo. Una mirada de fe y esperanza es lo que se necesita para seguir verdaderamente al Señor, y seguirlo desde nuestra situación, sin quejas ni miramientos, son disconformidades ni egoísmos. Sólo ella supo encontrar en medio de su preocupación de mujer el cómo responder a la voluntad de Dios que la llamaba a ser Madre de su Hijo. Su espera tuvo el fruto suficiente para que de allí nazca una nueva vida, que brota de su seno y que nos anima a luchar contra toda desesperanza en nuestros días. Sólo en Jesús presente y cercano, podemos ver también a María presente y cercana, nunca ausente, sino mas bien junto al pueblo de Dios que sigue intentando como ayer decir con fe y esperanza: ‘Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho’ (Ex 19, 8; 24, 3. 7).
Ambas actitudes de María, la fe y esperanza reflejan hoy todo un sentir de la Iglesia [en especial con la presencia del Papa Francisco en medio de nosotros], de ver el concilio Vaticano II al referirse que María “conserva virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y el amor sincero”[18]. María se convierte así en la figura de una Iglesia que quiere hallar en estas actitudes una nueva manera de vivir la vida cristiana, con una mirada atenta a la fe y la esperanza del pueblo de Dios, que lucha y quiere perseverar en la fidelidad y que a la vez nos enseña a enfrentar la desesperación y la duda que quieren apartarnos del camino del Señor. Tanto ayer como hoy María sigue siendo la perfecta imagen de este pueblo creyente de Dios: “Así como lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo arrasadas por el poder humano” (LS 214).

¿Qué podemos aprender hoy de estas actitudes?
Ser discípulos como María:
Es una realidad y un hecho que todo lo que llevó a María a contribuir con el Plan de Dios se transforma en la manera más singular de seguimiento y respuesta a la voluntad divina, y al llamado que Dios hace todos los días, a ser cooperadores de este Plan que se sigue llevando a cabo todos los días, un plan de acción y de amor que se ve realizado en la humanidad a través de la Iglesia que está llamada a responder a los cambios que el mundo vive y se enfrenta; “María encarna en primera persona la definición del discípulo del Señor”[19]. Y la encarna de la manera más ejemplar y eficaz, por su respuesta decidida y arriesgada, una respuesta a una llamada que Dios le hace libremente sin previo aviso, porque Dios llama a quien quiere, en cualquier momento, a cualquier hora y a cualquier edad.
La llamada sigue vigente hoy en América Latina y en todo el mundo, a muchos hombres y mujeres que como María están en la espera del Señor, que vendrá, pero a la vez invita hoy a actuar frente a las vicisitudes de la vida, incluso todavía, Dios nos invita a actuar en medio de la zozobra y de la discordia que el mundo ofrece con rostros encantadores pero llenos de mentira y falsedad. María nos enseña a leer la palabra del Señor en el acontecer diario del pueblo de Dios y en concreto de los pobres y desamparados con nuevos rostros frente a nosotros. María nos enseña a ser discípulos de Cristo en el hermano y hermana, en el pobre, en la ciudad como el campo, nos enseña a responder a la vocación a la que estamos llamados, pero con una respuesta libre, con fe y esperanza, sin miedo ni vacilación. María nos enseña a ser verdaderos discípulos y discípulas de su Hijo, porque como dijo Jesús: ‘Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’ (Mc 3, 35). “Ella no solo guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que ‘conservaba’ cuidadosamente (cf. Lc 2,19.51), sino que también comprende ahora el sentido de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios” (LS 241).
Seguir a Jesús es hoy todo un desafío pero a la vez todo un recorrido tipo aventura, como María que supo recorrer tras los pasos de su Hijo y llegar incluso hasta la Cruz, porque el discipulado fiel es hasta la Cruz. María nos enseña a luchar contra todo tipo de individualismo e incluso falso seguimiento. María nos enseña la radical manera de seguir a su Hijo, sin mirar atrás, con convicción de fe, con radicalismo en medio de los conflictos, y también, con esperanza en medio de lo vacío que puede ser dejarse arrastrar por el mundo que eclipsa de Dios e incluso lo quiere relativizar.
Si seguir a Jesús, hombre radical por el Reino de Dios, es incluso negarse a nuestros propios planes, entonces, tenemos a María, mujer radical que supo decir fiat a Dios en medio de actitudes éticas y religiosas de su tiempo. Decir fiat a Jesús como lo hizo María a Dios, es la manera más ejemplar de ser discípulos del Hijo de Dios. “El ‘sí’ de María a Dios (es) su respuesta vocacional”[20].
Actuar en libertad plena:
Con el uso correcto de su inteligencia y su voluntad, supo María con madurez responder al Plan de Dios: “fiat mihi”, describe esta aceptación libre y plena. Es una madurez integral de su ser y su persona ante Dios y ante la sociedad no es ante la ley ni las normas, es ante la Palabra que la invita a aceptar libremente la voluntad de Dios. Ella asume con su vida las consecuencias de su respuesta, no desea incluso involucrar a otros, podríamos pensar en base a los textos bíblicos, que por eso le fue dura la confrontación posible que pudo tener con su prometido José, al querer comunicarle este Plan de Dios que ella misma había aceptado.
Es probable que se haya enfrentado a una posible respuesta muy humana de parte de José, pero Dios tiene sus caminos y sus propósitos, y supo comunicar a José su voluntad divina, ‘no temas tomar contigo a María tu mujer…’ (cf. Mt 1, 20), y a pesar de esta crisis Dios lo mantuvo fiel con María a que se cumpla el designio salvador por medio de ellos. “Junto con ella, en la familia santa de Nazaret, se destaca la figura de san José. Él cuidó y defendió a María y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó de la violencia de los injustos llevándolos a Egipto […] de su figura emerge también una gran ternura, que no es propia de los débiles sino de los verdaderamente fuertes, atentos a la realidad para amar y servir humildemente” (LS 242).
De allí que las palabras de María ‘fiat mihi secundum verbum tuum’, “es el testimonio más preciso y más profundo de realización en libertad que hallamos en toda la Escritura (prescindiendo ahora de Jesús)… María se pone totalmente en las manos de Dios (como sierva) porque se descubre en Dios perfectamente libre; así realiza su obra más perfecta, es creadora de sí misma… María mantiene la mirada, y manteniéndola, en un gesto de amor y transparencia, responde ante el misterio de Dios diciendo en plena libertad: ‘he aquí la sierva del Señor (cf. Lc 1, 38)”[21]. Nos queda a nosotros y nosotras aprender de esta respuesta y comenzar la aplicación en nuestras vidas.
Poner nuestra fe y esperanza en Dios:
Esta última parte como que encierra todo lo que anteriormente se ha visto, comenzando por situar el hecho en sí dentro de la economía de la salvación. Luego pasando por las actitudes esenciales de María frente a este Plan divino y ahora, en unas pocas palabras, lo que podemos aprender de estas actitudes.
Una reflexión como esta, que intenta desde la teología considerar las virtudes teologales de fe y esperanza en el plano del amor, visto todo esto dentro de la economía de la salvación, aspira con humildad a encontrar en la persona de María, mujer, madre y amiga, el prototipo de creyente y seguidora fiel de Jesús de Nazaret, el resucitado que se presentó a los doce y los envió a anunciar la noticia del Reino a todos y todas. Ella con su fiat nos habilitará en medio de este misterio a poder responder como ella a la voluntad divina; una voluntad humana y divina se encuentran para poder discernir cómo actuar y responder a la Palabra viva y eficaz, Jesucristo el Señor.
En América Latina, vivimos ese espacio abierto de manifestar la fe y devoción a la Madre de Dios, una devoción que se caracteriza por crecer en el corazón de las personas y de los pueblos, ese cariño y aprecio a María Madre de América Latina, en sus variadas expresiones: Nuestra Señora de Guadalupe, la Virgen del Carmen, la Virgen de Copacabana, la Virgen de Chapi, la Virgen de la Caridad del Cobre, la Virgen del Socavón, la Virgen de Caacupé, la Inmaculada Concepción, la Asunta, etc. y cuantas más advocaciones por la cual la fe y esperanza del pueblo de Dios deposita en María. Una religiosidad popular que cree y manifiesta su amor, su fe y su esperanza en aquella que supo decir fiat. Hemos de mantener como lo hizo María “desde el comienzo una actitud de servicio, obediencia y disponibilidad al Misterio de su Hijo”[22]
María con su fiat, nos educará en la fe y en la esperanza a saber actuar frente a los ‘elegidos por Dios’, como hizo el pueblo ante Moisés y ante Aarón y otros, cuando necesitaban lo elemental para vivir, y no lo que se pueda. Si esto es así, Dios nos seguirá educando pero ya no en medio del sufrimiento ni la desolación, sino en medio de la fe y de la esperanza, porque si lo supo hacer con María, creemos que lo sigue haciendo con otros y otras, y lo seguirá haciendo poco a poco con todos y todas, para experimentar así las mismas palabras de María que brotaron desde su interior, desde su realidad: “HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA”.



BIBLIOGRAFÍA

 Biblia de Jerusalén.

 Documentos del Magisterio de la Iglesia:

 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia. Lumen Gentium.

CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOMERICANO, Documento de Puebla.

PAPA FRANCISCO, Carta Encíclica Laudato si’.

Textos de Consulta:

AA.VV., Comentario Bíblico Internacional, Comentario católico y ecuménico para el siglo XXI, Verbo Divino, Navarra, 2000.

AA.VV., Diccionario enciclopédico de la Biblia, Herder, Barcelona, 1993.

AA.VV., María en el Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca, 1982.

AA.VV., Nuevo Diccionario de Mariología, San Pablo, 2º ed., Madrid, 1993.

AA.VV., Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Edic. Paulinas, Madrid, 1990.

García Paredes, José C. R., Mariología, BAC, Madrid, 1995.

Monforte, Josemaría, Esposa del Espíritu Santo, EUNSA, Pamplona, 1998.

Pikaza, Xavier, Amiga de Dios. Mensaje mariano del Nuevo Testamento, San Pablo, Madrid, 1996.





[1] A. Sierra, María, en Nuevo Diccionario de teología Bíblica, Edic. Paulinas, Madrid, 1990, p. 1121-1122.
[2] Ibid.
[3] I. de la Potterie, María, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, op. cit., p. 1139.
[4] Puebla, 287.
[5] S. Rosso, Adviento, en Nuevo Diccionario de Mariología, Edic. Paulinas, Madrid, 1988, p. 45-46.
[6] AA. VV., Diccionario enciclopédico de la Biblia, Herder, Barcelona, 1993, p. 970.
[7] A. Amato, Espíritu Santo, en Nuevo Diccionario de Mariología, op. cit., p. 708.
[8] Ibid.
[9] X. Pikaza, Amiga de Dios. Mensaje mariano del Nuevo Testamento, San Pablo, Madrid, 1996, p. 16.
[10] Ibid., p. 191.
[11] AA.VV., María en el Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca, 1982, p. 111.
[12] A. Serra, María, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, op. cit., p. 1122.
[13] S. Cipriano, Creyente, en Nuevo Diccionario de Mariología, op. cit., p. 514.
[14] X. Pikaza, Amiga de Dios, op. cit., p. 17.
[15] AA.VV., Comentario Bíblico Internacional. Comentario Católico y ecuménico para el siglo XXI, Verbo Divino, Navarra, 2000, p. 1249.
[16] A. Serra, María, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, op. cit., p. 1123.
[17] X. Pikaza, Amiga de Dios, op. cit., p. 191.
[18] Lumen Gentium, 64.
[19] A. Amato, Jesucristo, en Nuevo Diccionario de Mariología, op. cit., p. 964.
[20] J. Monforte, Esposa del Espíritu Santo, EUNSA, Pamplona, 1998, p. 66.
[21] X. Pikaza, Libertad, en Nuevo Diccionario de Mariología, op. cit., p. 1064-1065.
[22] J. C. R. García P., Mariología, BAC, Madrid, 1995, p. 90.

jueves, 12 de noviembre de 2015

P. TEMPIER OMI : Un oblato que marcó mis inicios.


Síntesis de la Vida del P. Tempier, OMI
( 1788 - 1870)



LO QUE  MARCÓ SUS INICIOS (1788 - 1818)
 
Su familia y los inicios de su vida cristiana

        Al norte de Aix de Provenza en Saint - Cannat, el 2 de abril de 1788, nace FRANCISCO DE PAULA ENRIQUE TEMPIER; ese mismo día lo Bautizaron. Sus padres: Juan José Tempier y Juana Bourdon. Sus Hermanos: Juan Pedro, María Rosa, María Magdalena, Isabel Francisca y José Santos. Su familia es de honrados campesinos. Años más tarde en la Parroquia de San Salvador en 1799  Enrique Tempier recibe su Primera Comunión con sus amigos, Miguel Figuière y Juan José Reynaud, que después llegaron a ser sacerdotes. Es el quinto de seis hijos.

        En Francia allá por 1789 se desata la Revolución Francesa. El 12 de julio de 1790  se da la Constitución Civil del Clero y con esto se daña aun más la Iglesia. Varias iglesias de Aix habían sido cerradas o entregadas a los sacerdotes constitucionales o juramentados. Lo que afectaba las costumbres y la manera de vivir la fe de los franceses; específicamente, en estos territorios donde les tocó crecer y desarrollarse como familia a los esposos Tempier Bourdon.  A pesar de todo había sacerdotes que permanecían fieles, pero llega los años 1793 a 1794 donde se da la Época de Terror. La Iglesia es perseguida. No podía faltar el retorno de una cierta tranquilidad a Francia y el 16 de julio de 1801 se restablece la paz religiosa, con el Concordato entre el Papa Pío VII y Napoleón.


Entrada al Seminario

        Así comenzándole sus inquietudes vocacionales, en 1803 empezó los estudios en el Seminario menor, donde más adelante en 1810 con su amigo Miguel Figuière ingresan al Seminario mayor confiado a los sacerdotes sulpicianos. La capacidad intelectual que era característica en su persona hace que de 1813 a 1814, Tempier ocupase la cátedra de Humanidades en el Seminario menor y el 26 de marzo de 1814 en medio de sus ocupaciones de estudiante de teología y profesor, le llega el momento de recibir la gracia de ser hijo predilecto de Dios,  fue ordenado sacerdote.  Una de sus primeras tareas como neo sacerdote, le toca vivir lo que resta de 1814 a 1815 en la Parroquia San Cesáreo de Arles, dedicándose a las misiones, confesiones, predicación, obras de caridad, administra sacramento de bautismo, “catecismo todos los días”; con todo esto, nada quedará ajeno a su celo por la Iglesia.


Su vinculación con Eugenio

        Por ese tiempo pasaba que el P. Eugenio de Mazenod, un sacerdote compañero de seminario y preocupado por una futura obra que llegó a concretarse más adelante, buscaba alguien entre el clero joven que compartiera su preocupación por la Iglesia y que fuera un amigo según su corazón. Escribe el 12 de setiembre de 1814 a Carlos Forbin-Janson, diciéndole: “En medio de todo este ajetreo, estoy solo. Tú eres mi único amigo -en toda la fuerza del término- porque de esos amigos buenos y virtuosos, pero a los que faltan tantas otras cosas, no ando escaso. Pero ¿Para qué sirven? ¿Son capaces de suavizar una  pena? ¿Se puede conversar con ellos del bien mismo que se quisiera hacer? ¡Para qué! No se sacarían más que elogios o desaliento”. El futuro Fundador indica aquí claramente lo que buscaba: un confidente, un colaborador animado por este mismo celo.


De puño y letra

        Y el 9 de Octubre de 1815 aparece formalmente el P. Eugenio de Mazenod quien le dirige de puño y letra al P. Tempier una Carta de Invitación a pertenecer a una institución dedicada a las misiones rurales de Aix. Tenía el P. Tempier unos 27 años. Veamos algunos párrafos de esta carta:

“Mi querido amigo: Lea esta carta ante su crucifijo, dispuesto a escuchar  solamente a Dios y a cuanto su gloria y la salvación de las almas exijan de un sacerdote como usted. Imponga silencio a la codicia, al amor a los gustos y comodidades, tenga en cuenta la situación de los habitantes del campo, el  estado de la religión entre ellos, la apostasía que cada vez se propaga más y causa estragos horrendos... consulte con  su corazón lo que deberá hacer para remediar esos desastres y, luego conteste a mi carta.
Pues bien, amigo, le digo sin entrar en mayores detalles que usted es necesario para la empresa  que el Señor nos ha inspirado... hemos puesto los cimientos de una obra que proporcionará asiduamente fervorosos misioneros a las zonas rurales.
La felicidad nos espera en esta santa asociación que no tendrá más que un solo corazón y un alma sola,... no le digo más de momento... Si, como espero, quiere ser de los nuestros,... es que queremos escoger hombres de buena voluntad y valentía para seguir las huellas de los apóstoles. Es importante poner cimientos sólidos; es necesario establecer e introducir la máxima regularidad en la casa en cuanto nos hayamos metido en ella. Y precisamente para eso es Ud. necesario, porque sé que es capaz de abrazar una regla de vida ejemplar y de perseverar en ella...”

        Y el 27 de Octubre de 1815 responde la carta, como no estaba firmada, decide asegurarse con un amigo de que era Eugenio de Mazenod quien se lo escribía. Le dice:

“¡ Bendito sea Dios que le ha inspirado el proyecto de preparar para los pobres, para los habitantes de nuestros campos, para aquellos que más necesidad tienen de ser instruidos en religión, una casa de misioneros que irán a anunciar las verdades de la salvación! Comparto plenamente sus ideas, mi querido compañero, y, lejos de esperar nuevos requerimientos para ingresar en esa santa obra tan conforme a mis deseos, le confieso que de haber conocido antes su proyecto me hubiese adelantado a rogarle que me recibiera en su asociación. Tengo que agradecerle, por tanto, que me haya juzgado digno de trabajar para la gloria de Dios y la salvación de las almas...” .

        El P. Tempier le manifiesta su afecto y dedicación al P. de Mazenod, le escribe: “Señor y querido socio,... Santo amigo y verdadero hermano no sé como agradecerle cuanto ha hecho por mi salvación. Ud. es de verdad el amigo más querido de mi corazón”.  Al leer Eugenio la respuesta, está convencido de haber encontrado al colaborador que buscaba.  En una carta dirigida al P. Tempier el Fundador le señala: “Me hacía presentir mi corazón, queridísimo amigo y buen hermano, que ud. sería el hombre que Dios me reservaba para ser mi consuelo”. Con esto queda sellado de ahora en adelante la relación íntima de amigo que comenzó a tener con Eugenio de Mazenod.


La primera comunidad en Aix

       
El 27 de diciembre de 1815 fue el primero en alojarse en la pieza que Eugenio había comprado del antiguo convento de las carmelitas. Comprometiéndose a formar parte de la nueva comunidad. El 15 de diciembre de 1816 a pedido del Fundador contribuyó a la redacción y el perfeccionamiento de las Constituciones y Reglas. En enero de ese año comienzan a vivir en común, así quedó formada lo que se conocerá después como los Misioneros  de Provenza

        Acerca de esto el P. Tempier escribía: “... Por fin, el 25 de enero de 1816, día en que nos habíamos fijado para reunirnos, con ocasión de la fiesta de la conversión de San Pablo, dejamos ambos definitivamente la casa paterna y nuestras familias para tomar posesión de nuestra humilde morada y no dejarla más. Es un día memorable que jamás olvidaré mientras viva... Sin embargo, vivimos allí solos durante unas tres semanas. Sólo a mediados de febrero vinieron a unirse a nosotros los Srs. Mye, cierto Icard y Deblieu”.

        Para el 29 de enero  se da la Erección Canónica de  la nueva Sociedad. Entre Febrero y marzo después de un retiro de 10  días, fueron a predicar la Misión de Grans.
El Jueves Santo, 11 de abril del mismo año, él  y Eugenio de Mazenod, se comprometieron con voto de obediencia recíproca. Así el P. Tempier pasa a ser el confidente y el “amigo íntimo” del fundador y lo seguirá siendo hasta la muerte de éste, el año de 1861.

        De ahí entre 1816 al 1818 participa en las Misiones de Fuveau, Mouries y Puget. Y sucedió que en 1817 en París, debido a una serie de fracasos que ponen en peligro sus obras en Aix y Provenza, Eugenio piensa por un momento en abandonarlas. Interviene Tempier animándolo a seguir adelante; esta actitud la tendrá siempre que encuentra  en apuros o situaciones difíciles a Eugenio.

        El 23 de octubre de 1817 Eugenio recibe el ofrecimiento de mandar misioneros a Córcega, el P. Tempier  ve en esa misión un signo de la Providencia, y lo anima a aceptar.

        En 1818 regresa del exilio Fortunato de Mazenod, tío de Eugenio, futuro Obispo de Marsella y se va a vivir con los Misioneros en Aix.
                       


RESPONSABILIDADES  QUE LE OCUPAN (1818 - 1860 )



Como Maestro de Novicios

        Durante esos años, frente al crecimiento de vocaciones, el P. Tempier asume el cargo de Maestro de Novicios en Aix con el apoyo del P. Maunier. Grave responsabilidad pues se trataba del Primer noviciado del Instituto. Se hizo un esbozo de reglamento o directorio para el noviciado.

        Por esto, en 1818, una gran cantidad de jóvenes se agolpa a la casa y el convento de las carmelitas y la iglesia adyacente se vio alborotada de ellos para encuentros, confesiones, la dirección y el esparcimiento, no tardó en conquistarles la confianza.

        Se interesó siempre tanto como el Fundador, y a menudo más de cerca, por el personal de la Congregación: reclutamiento, formación, obediencias, etc. En su ausencia, asumía él la dirección de la casa. El P. Tempier aparece aquí junto al fundador y así será a lo largo de su vida como: admonitor, asistente, colaborador y confidente.


Superior en Laus

        Una nueva responsabilidad le tocará asumir ya luego, en Setiembre de 1818, de manos del Sr. Arbaud y de Mons. Miollis, toman a su cargo el rectorado del Santuario de Nuestra Señora de Laus, para la predicación de las misiones en Altos y Bajos Alpes. El 24 de octubre de ese año,  los dos amigos convocan al Primer Capítulo General de la Sociedad. Se orientan claramente hacia la vida religiosa. Y allí un momento de tensión sucede, se muestra vacilación respecto a la Regla en especial el tema de los votos, cuatro de los siete sacerdotes se oponen. Pero la intervención de tres hermanos escolásticos hace mayoría, estos discípulos del P. Tempier. Para que luego llegase una fecha memorable para todos, el 1º de noviembre 1818 emiten votos de castidad,  obediencia y perseverancia. La influencia del P. Tempier sobre sus novicios, había sido decisiva. Después continuaron su labor cotidiana y misionera cada uno en su trabajo y sucedió que en Barjols, entre los meses de  noviembre y  diciembre, el P. de Mazenod escupe  sangre y el P. Tempier al enterarse le prohíbe la predicación y las confesiones.
        Tuvo que desplegar todos sus talentos: ecónomo y constructor, párroco y misionero, educador y superior. Como ecónomo era perspicaz. El 13 de junio encuentra mucho desánimo por la respuesta negativa de la gente en la Misión, entonces le escribe al P. de Mazenod: “Si quiere saber lo que hacemos en Laus,... confesamos y luego seguimos confesando y confesamos siempre...” Y además de esto, era director de peregrinaciones, cuidaba mucho la liturgia, favoreció la devoción a la Virgen María. Como Misionero no reconocía en él “el don de la palabra necesario a un misionero”. En noviembre de ese año,  ya eran dos comunidades, la de Aix y la de Laus, y en la misión la gente no respondía por lo que el Fundador le escribió levantándole la moral, le dijo “Recen, prediquen, llamen a la puerta, no se desanimen...”



Nuevamente Maestro de Novicios

        En el invierno de 1819 al 1822 fue Maestro de Novicios y Profesor de Teología en ese mismo lugar, cuidaba a la vez de la formación espiritual, reservaba horas para el estudio y la meditación.

        Eugenio le escribe “Instruya... a sus novicios con más cuidado que el que ha podido tener hasta ahora debido a sus grandes preocupaciones. Impóngase en los conocimientos de un buen maestro de novicios”. Y como constructor se ocupó de embellecer la Iglesia y arreglar el convento. Llegó a tener celdas para 16 novicios.


Las consecuencias del Voto de pobreza

        A primeros de Noviembre de 1820, hace Voto de Pobreza y todos quisieron imitarlo, hasta el punto, que se puso todo en común en la casa. Surge así discrepancias con el Fundador. Eugenio no aprobó al principio esta iniciativa, pero ella influyó en el Capítulo de 1821, que impuso el voto de pobreza en la Sociedad;  en Diciembre de 1820, él se quejaba al Fundador por sentirse sobrecargado de trabajos. En Junio del año siguiente compuso el primer esbozo de un reglamento, o capítulo de las Reglas referente a los Hermanos.

        El P. Dupuy, ecónomo de la casa de Aix, le dice en una carta al Fundador “El P. Tempier ha tenido la cara de hacer venir a nuestros  oblatos completamente desnudos, sin zapatos, sin dinero, sin calcetines... Estoy totalmente arruinado”. Esto hace que Eugenio, al ver solo al P. Tempier frente a tanta responsabilidad,  designa a los PP. Suzanne y Moreau como sus colaboradores.

        Por estos años, su corazón adquirió temple frente a la muerte de su padre Juan José (3 agosto de 1820) y de su madre Juana (7 de enero 1821), y con el alejamiento del Fundador de su ciudad natal. Había pedido abandonar Laus, comenzó a tener momentos de debilidad. Pero a pesar de todo lo acontecido la correspondencia mantenida desde 1819 a 1823 demuestra que fue, desde su primera experiencia, un superior cabal, un padre a la vez dulce y firme, muy celoso, cuidadoso de la regularidad, atento a las buenas relaciones con sus superiores tanto religiosos como eclesiásticos. Estos cuatro años de superior lo maduraron y lo prepararon para las futuras tareas.    
                       

El más hermoso elogio

          En 1822  el Fundador de los OMI,  Eugenio de Mazenod, redacta el más hermoso elogio que se haya hecho en vida del P. Tempier: “Nadie tiene más derecho que usted a mi confianza.  Ud. mi primer compañero captó desde el primer día de nuestra unión el espíritu que debía animarnos y que nosotros debíamos de comunicar a los otros; ud. no se ha apartado un solo instante del camino que habíamos resuelto seguir, todos lo saben en la Sociedad, y se cuenta con Ud. como conmigo. ¿Es sorprendente que teniendo una casa tan alejada...  sea ud. el encargado de dirigirla?”.


Como Vicario en la Diócesis


            Comienza a tener una responsabilidad como Vicario General de Marsella, durante los años 1823 hasta 1861. Aunque sabía que le iba traer muchas preocupaciones, que le duraron 40 años,  aceptó el nombramiento. Fue de Eugenio “su colaborador más fiel, más activo, más entregado”. El 6 de julio de 1823, cuando es consagrado como Obispo Fortunato de Mazenod, ese mismo día nombró a su sobrino Eugenio como su vicario general, y dos días después, al P. Tempier como su segundo vicario general; así él desde el principio de su cargo se vio mezclado en luchas que no le gustaban, pero que eran impuestas por sus funciones.

            Verlos juntos era motivo de inspiración para los demás oblatos y demás sacerdotes seculares. Se conocía que trabajaban juntos hasta la medianoche e incluso hasta las dos de la mañana. En Junio de 1824 se ve obligado a dejar el cargo por las reiteradas ausencias de Eugenio. Ve que todo el peso recaerá sobre su persona. y  para  resolver aquellos  problemas, muchas  veces  tenía  que contar consigo mismo;  algunos  ejemplos nos pueden ayudar  a  ver esta situación en su vida;  el 12 de junio de 1826  escribe al Sr. J.R. Jonquier: “Tenga  la  bondad,  señor,  de  tomar  otro  tono  cuando  escribe  a  su  obispo  y  rebaje  esos  humos  de  orgullo que  le  vuelven  tan susceptible,  tan  exigentes  con  sus superiores  o  sus iguales  y  que  no  le  permiten  siquiera  recibir  las  advertencias  y  las sabias  correcciones  que  sus  superiores  tienen  la  obligación  de hacerle”.


Una amistad digna de imitar

        Como amigos ambos se mantenían para animarse a pesar de las dificultades en la labor pastoral, como la carta del 21 de octubre de 1828, existía mucho afecto y estima del Fundador al P. Tempier: “... le amo tanto como a mí mismo y mi confianza en ud. es tal que me sería imposible ocultarle el más pequeño de mis  pensamientos... He reconocido en aquella carta al verdadero religioso, al hombre recto, al corazón bueno, a mi querido Tempier de pies a cabeza. Agradezco sin cesar a Dios él haberme asociado a ud. y le ruego que le llene cada vez más de su espíritu para nuestro mayor provecho común...”


Sobraban las  dificultades
 
        Otro momento fue lo sucedido un 4 de octubre de 1830.  Le escribe al Prefecto de Marsella, preguntándole: “¿Hay alguna ley que prohíba a un sacerdote predicar el Evangelio? ”. Por los años de 1830 a 1831, hubo problemas cuando alguien introdujo dentro del seminario periódicos de tipo revolucionario; esto fue motivo para que a Mons. Eugenio y al P. Tempier se les acusara de “tener ahí reuniones políticas”. Pero esto fue desatendido por los dos.

        Un 19 de octubre 1830 escribió estando enfermo Eugenio : “Que se sepa bien que no puede temerse nada hostil de nuestra parte, somos ajenos a todos los movimientos políticos; lo que deseamos es ver respetada la religión y universalmente reconocidas y veneradas sus santas leyes, así como su Autor”.

        Comienzan a surgir entonces dificultades en su nuevo cargo, en enero de 1831, el Prefecto teniendo enfrente solo al P. Tempier lo denuncia como “uno de los sacerdotes más fanáticos y más peligrosos”. Recibe luego otras acusaciones contra autoridades, se le acusa que tanto él como Eugenio tienen un “dominio absoluto” sobre el Obispo, que profesan ideas ultramontanas y hostiles al gobierno, promoviendo así  la muerte del anciano obispo y la  supresión de la diócesis.


Eugenio consagrado obispo

        Mientras que el anciano Obispo de Marsella, Mons. Fortunato,  quiere que su sobrino sea nombrado Obispo  in  partibus  infidélium. Así el P. Tempier a petición del Obispo, trata con éxito este asunto en Roma, estando allí cerca de 4 meses. El Papa Gregorio XVI promueve -motu propio-  a Eugenio como Obispo de Icosia sin consentimiento del Rey,  queriendo con esto  darle una lección.


No todo es tranquilo

        En el transcurso de los trabajos comienzan a surgir cosas nuevas tanto para el bien de la diócesis como para la congregación. Surgen también situaciones que no dejan de ser inquietantes; en 1832, hubo un clima de tensión con un profesor, P. J.B. París, joven y brillante, que se enfadó al sentirse desatendido frente a sus reclamos, y al no ser escuchado por él, este le escribe a Eugenio contándole esto.

        Otra situación es la del 27 de setiembre de 1833, el P. Tempier, se  enfadó por ser víctima de la injusticia y la calumnia por el nombramiento del  nuevo obispo. Escribe una carta a Mons. Fortunato señalando: “que sufre interiormente y que cuanto envidia a quienes sólo tiene la preocupación de hacer  lo que se les manda”. Nuevamente un 24 de agosto de 1835, escribió señalando que ya  son 12 años que está en circunstancias penosas, por los asuntos de la diócesis. Lo que Tempier no podía expresar con palabras, lo traducía en actos por su dedicación de todos los días.





Un freno muy necesario en la vida de Eugenio


Le obedecía en todo siempre y en todas partes. Había momentos en que también lo sabía corregir y regañar por sus impulsos y reacciones rápidas. El caso más patético, en la relación del P. Tempier con el Fundador, se presenta en el momento del asunto de Icosia en 1835, cuando él debe acudir a una de sus calculadas cóleras, sazonada de ironía, su sal de las grandes ocasiones, para que el Fundador se decida a escribir al Rey y al Ministro de Cultos, condición indispensable para recobrar su buena situación, le dice:


 “¿Quiere usted o no quiere salir de la posición horrible en que se encuentra metido? Si dice que no, ¡enhorabuena! Pero entonces, no tenía que habernos dejado hacer los gastos de las gestiones, tenía que haber prohibido absolutamente a Guibert decir una palabra sobre usted; pero entonces hay que tragar todas las infamias con que lo han saturado; pero entonces hay que decir amén a todas las vejaciones pasadas, presentes y futuras,... Si eso le agrada, no tengo nada que objetar. Pero si, en cambio, usted quiere salir de ese estado, que puede llamarse miserable, hace falta que colabore un poco para ello y se pliegue al sentimiento de sus amigos que también se interesan un poco por su honor...”





Dos amigos, dos hermanos


         El P. Tempier era también el confesor y director espiritual de su superior y parece, que también él se confesaba con el Fundador.


         Por algunas veces, al final de su vida, la larga amistad del Fundador con el P. Tempier hubo de sufrir el choque de altercados epistolares muy vivos. Fue una amistad alegre y franca, pero también viril y fuerte, que se puede mirar con más razonada y sobrenatural que exuberante y espontánea, por lo menos de parte del P. Tempier.


         Esta amistad, que resistía a todas las pruebas, admiró a quienes los vieron vivir y trabajar juntos. El Fundador lo designa a menudo  a Tempier como “otro él mismo”, “el alma de su alma y podríamos decir su corazón y su brazo derecho”. Las antiguas desavenencias provienen al parecer de puntos de vista por decisiones que tomar.


  


Mons. Eugenio, Obispo de Marsella


         El P. Tempier al sentirse desgastado y cansado, pide disfrutar un poco de descanso, viendo esto como algo justo. Pero nunca dejaron de suceder acontecimientos o situaciones que le levantaban los ánimos, ya entre los años de 1834 a 1836, como responsable de los intereses materiales y económicos de la diócesis, ningún asunto se llevó a cabo sin su consentimiento.  Era él quien administraba los bienes del obispo, velaba por los trabajos y el mantenimiento del obispado y se ocupaba de los domésticos. De hecho la carga del Vicario, P. Tempier, se verá más agradable frente al nombramiento del Nuevo Obispo; fue el año de 1837, en que Eugenio de Mazenod es nombrado Obispo de la Diócesis de Marsella.


         Con lo cual las relaciones con las autoridades civiles y religiosas se mejoran de año en año, ya no habrán graves problemas en la Diócesis. El P. Tempier encontró su espacio y comenzó a desempeñar funciones importantes: de interés material y financiero, de la formación del clero.



Como superior de comunidades religiosas


        Desde 1823 hasta 1848, se desempeñó como Superior eclesiástico de varias comunidades religiosas, entre ellas estaban: las Capuchinas, las Clarisas, las Carmelitas, las Damas del Sagrado Corazón, las Hermanas Mínimas, las Hermanas de los Santos Nombres de Jesús y de María, las Religiosas Víctimas del Sagrado Corazón. El P. Tempier... cuyo nombre se encuentra en todas las fundaciones que se han hecho en Marsella durante 40 años. “Quien tenía de su parte al Sr. Tempier, tenía en cierto modo ganada la batalla con Mons. de Mazenod”.



Responsable del seminario y del clero


        En 1852  Mons. de Mazenod escribe: “El P. Tempier mira ante todo por su seminario y nada pueda turbar su armonía puede ser de su gusto, sea cual sea la necesidad que se siente”.  Tanto así, que al superior le pareció muy bien y se sintió satisfecho de saber que 6 seminaristas de cada 7 llegaban al sacerdocio. La perseverancia fue muy elevada. Los obispos confiaron a él la vigilancia de la educación cristiana de la diócesis y, hasta cierto punto, la disciplina del clero. No se puede dejar de mencionar que durante los años de 1827 a 1854, desempeñándose como  Superior del seminario mayor, puesto que ocupó durante 30 años, asumió el cuidado de esta obra como si fuera la niña de sus ojos.


         En 1854 es nombrado superior de la comunidad oblata de Montolivet, ya no podía hacerse cargo de las tareas de antes y Mons. de Mazenod siempre le pedía que “eche una ojeadita para ver cómo van las cosas en el obispado...”.  Momentos de tristeza le toco vivir en el seminario, como aquellos años de 1827 y 1861, donde murieron 3 directores, 13 seminaristas y 8 escolásticos. Su atención al Seminario era tanto en lo espiritual como en lo temporal. Con sus profesores y directores supo crear en ellos un clima de formación, animarlos y ayudarlos, creando una atmósfera de colaboración y caridad fraterna.



En la Familia Misionera


         Dentro de sus muchas  responsabilidades, también le tocó asumir en la Congregación el de ser Asistente y Vicario General de los O.M.I., trabajo que desempeñará prácticamente todo el tiempo que estuvo al lado del Fundador, esto es desde 1818 hasta 1867, incluso después de la muerte de Eugenio.


         Si en la administración de la diócesis de Marsella, el Vicario general se quejó alguna vez de no ser considerado más que como “un simple secretario”, en su familia religiosa figuró pronto en primer plano al lado del Fundador.


    Ciertamente, éste mantuvo siempre, y de lejos, el puesto principal; y si los escritores marselleses han designado a veces al P. Tempier como uno de los fundadores de los Oblatos, nunca se le atribuye ese título en la Congregación. Su única ambición: servir lo mejor posible al Fundador de la familia, y, por ende, a la misma Congregación. Este desafío lo ganó. Trabajó con gran celo por la expansión de la Congregación.


         En la primavera de 1841, fue el primero entre los oblatos en encontrarse con el Obispo de Montreal, Mons. Bourget, que paseaba por Marsella. De 1841 a 1847, hizo muchos viajes para supervisar los trabajos y encontrar a los juniores. El 19 de febrero de 1847 el P. Telmon, misionero en Canadá escribía al Fundador: “Después de Ud., él (P. Tempier) ocupa el primer puesto, que es bien amplio”. Ese mismo año el Obispo de Ceilán (hoy Sri Lanka), Mons. Bettachini, pasó por Marsella y se llegó a encontrar con el P. Tempier. Los dos años siguientes, consagró mucho tiempo al África,  trabajó para que los Oblatos se establecieran en Argelia. En 1850,  el Fundador le escribe una carta y le dice: “Le doy carta blanca para hacer lo que juzgue más ventajoso para el bien de la familia”.



Una recordada visita canónica

         En 1851, los Oblatos de Canadá no olvidarán una de las vistas más celebres y recordadas. Se resalta la alegría de sus hijos los Oblatos de América, no se asustaba a pesar de la larga travesía. Mons. de Mazenod le recomendó: “No ha sido enviado : para aprobar sino para reformar. Actúe con autoridad, no tenga miramientos con nadie cuando se trate de restablecer la regularidad, la obediencia, la pobreza, la subordinación”. Realizó mucha tarea en poco tiempo.


        En julio de ese año, de hecho, el Fundador y él tuvieron siempre dificultades para encontrar entre los oblatos educadores competentes y estables. Todos preferían el ministerio pastoral y misionero. Hay visitas realizadas que nunca serán olvidadas por su buen espíritu de preocupación de todos. Pero esta visita tuvo también ciertas interpretaciones acerca de su persona y de las decisiones que tomaba, vemos al P. Santoni, provincial de Canadá quien escribió una vez llegado a Montreal al P. Aubert, el 14 de agosto: “Tempier ha hecho sin consultar a nadie un acto que ha provocado la indignación de todos los Padres: envía cuatro Padres a Buffalo, sin haber asegurado bien los medios de vida... Se ha descalificado con ese acto...”.  



Siempre junto de la mano con Eugenio dentro de los OMI


        En 1852, el Obispo de Texas, Mons. Odin, pasó por Marsella,  conoció al P. Tempier, esto será el inicio para que los oblatos estuvieran presentes años más tarde en ese lugar. En 1856, a pesar del debilitamiento de su salud, animó con frecuencia a los misioneros de Natal, al P. José Gerard, hoy uno de los Beatos de la Congregación, y animó también a Le Bihan y Barret. El 23 de enero de 1854, en una carta al P. Dorey,  Eugenio escribía que él era  “El verdadero y único padre de toda la familia”. Trabajó estrechamente con el P. Tempier, (a quien) se le llamó “segundo padre”. Como asistente del Fundador fue un hombre más práctico y más minucioso, fue el realizador paciente y tenaz...



Considerado Cofundador de los OMI


        Participó de los 11 Capítulos de la Congregación. Desde los 50 primeros años de la Congregación, siempre estuvo siendo “infatigable auxiliar” del fundador, a veces su apoyo, y a menudo su reemplazante. Durante estos tiempos desde 1823 a 1861 fue el encargado de las visitas canónicas, por lo menos 15 veces; y dentro de las  observaciones que hacía como visitador era: salmodia precipitada del Oficio, desorden de la sacristía, misiones mal preparadas; por señalar algunas.


        414 oblatos a la muerte del Fundador lo habían tenido como superior durante su preparación al sacerdocio.


        Juzgaba que el Superior general, a menudo traicionado por su corazón, no aplicaba con bastante firmeza las decisiones tomadas, el P. Tempier intervenía con más vigor. Hasta el año 1869 tuvo que sufrir grandes penas y angustias como las había sufrido en toda su vida, según su misma confesión y sus propias expresiones;  tal es el caso que, al encontrar un “alarmante desorden en las cuentas” del ecónomo que posteriormente fue expulsado de la Congregación. Realizó otros viajes donde se cuenta a África del Norte, Suiza, Francia por varias veces. Tenía por objetivo preparar la fundación de casas o emprender reparaciones o construcciones. Su presencia era entonces tan deseaba como la del Fundador. Conviene precisar que tenía todas las cualidades de un buen viajero. Descansaba en todas partes, hasta incluso en el coche.



Ecónomo General de los OMI


         A raíz de estas preocupaciones asumirá este cargo dentro de la Congregación, durante casi toda su vida, Mons. de Mazenod lo confirma: el P. Tempier ha sido considerado, por los oblatos de su tiempo, como el ecónomo y el administrador de la familia, aunque nunca haya sido nombrado oficialmente para ese cargo.


        Muchos  indicios señalan que se ocupaba también de la administración de los bienes personales de Mons. Fortunato, del Fundador, de su madre y parte de su hermana, la Sra. de Boisgelin, como lo hizo con la diócesis de Marsella. Encargado de ver sobre las herencias dejadas a algunos oblatos. También del donativo de los bienhechores y el ingreso que recibía de los sacerdotes por misas celebradas, lo que Propaganda Fidei otorgaba a la Congregación para las misiones.


         El Fundador se queja a menudo por la falta de interés y de generosidad de los oblatos respecto a las necesidades  generales de la Congregación. Se elevan las deudas grandemente. La grave crisis económica que sigue a la revolución. Habla de la “pesadilla” y “desesperación” que tiene al no tener con qué mantener a sus novicios y escolásticos, esto lo desmoraliza.


         En 1851 el Fundador a la muerte de su madre recibe  una buena  donación para la Congregación, que traerá respiro a la comunidad. Cuatro años más tarde acabada la donación la Caja general se ve vacía y endeudada enormemente. Otras circunstancias que apenaron su trabajo fueron por ejemplo que las pensiones sociales no existen. Muchos parientes de oblatos viven en la miseria. Era obligado a ayudarlos. La manutención anual de un novicio y un escolástico costaba caro y no había. Se vivía en gran pobreza. Esto traería que no aumentaba el número de novicios.


Un administrador nato


        En todo esto uno no puede menos de admirar la audacia del Fundador, pero a la par se puede admirar la generosidad y la destreza del P. Tempier que debía cargar continuamente con nuevos cuidados y vigilar nuevos proyectos. Desde los inicios de la Congregación hasta finales se veía la capacidad de saber administrar lo poco o lo mucho que llegaba a sus manos, siempre como auxiliar del Fundador y con el apoyo de los ecónomos de las distintas comunidades esparcidas por varios lugares. Extendiendo obras, atendiendo casas, seminario, misiones y subvención de los oblatos. Nunca se ha dudado de su honradez ni de su competencia. Se alababa su espíritu de economía, su prudencia y su destreza. La Congregación en sus primeros 50 años ha podido extenderse rápidamente y adquirir 40 propiedades importantes gracias al trabajo del Fundador pero a la vez a la administración de su brazo derecho, el P. Tempier.



Su pedagogía y su método


        Entonces, hasta el momento no podemos dejar de mencionar lo que realizó en el campo de la formación como Profesor y Educador, que también lo mantuvo al igual que otras tareas siempre preocupado todo el tiempo en la congregación (desde 1816 hasta 1861). Los escolásticos lo designan como: “aquel que ha sido puesto por Dios para perfeccionar nuestra vocación con la adquisición de la ciencia eclesiástica y de la virtud”.


        Al ser responsable de la vida intelectual de los jóvenes, supo enseñar filosofía, aunque por poco tiempo. Dio algunas clases de Teología Dogmática y Moral inspirada en Sn. Alfonso de Ligorio, a pedido del Fundador. Su teología era segura, moderada, siempre apoyada en las doctrinas romanas que él defendía con rigor. Su método escolar y control de los estudios, asistía a los exámenes para apreciar el rendimiento y crecimiento de los alumnos, buscando así el mejor aprovechamiento.


        Su deseo era formarlos en la doctrina y la predicación. Preocupado por la formación de las bibliotecas de la Congregación. Los oblatos acudían a él para aconsejarse en el campo de los estudios. Cuidaba sobre todo de que ningún padre joven saliera antes de finalizar sus estudios, dándole siempre recomendaciones. Su gran preocupación por la formación espiritual de los seminaristas y escolásticos para que sepan asumir con dignidad sus futuras tareas.


        Escribía el P. Fabre: “Se volvía compasivo y tierno ante las debilidades y flaquezas de la juventud, ante los sufrimientos de la enfermedad y ante las pruebas de la vocación”.


        No descuidaba sus ejercicios de piedad. Inicia a los alumnos en las prácticas de espíritu de oración. La lectura espiritual de 30 minutos precedía a la visita del Santísimo y a la cena. Siempre disponible para confesiones y dirección espiritual. En este aspecto de su vida sería injusto mencionar que es un Hombre de “admirable prudencia”. Buen consejero. “Bondad bien conocida”.



Un Padre muy paciente para todos


        El 26 de junio de 1856 se ve obligado, a mandar una “carta muy penosa”, por las preocupaciones que tiene por terminar las construcciones de Montolivet,. Este la juzga inspirada esta carta por “el mal humor” y llena de “quejas  injustas y ofensivas”. Prepara, pues,  en el acto una respuesta probablemente, muy dura puesto que decide no enviarla sin haberla leído al P. Fabre. Por desgracia, no se ha conservado esa correspondencia, y así no podemos ir más a fondo en el tema. Pero no faltaban las cartas que le dirigían asegurando de su persona una bendición para quien estaba a su lado, como la del 16 de agosto de 1856 donde el P. Ryan escribe desde Leeds: “Quiero, pues, Padre, asegurarle que yo recuerdo aún y recordaré siempre su bondad y sus cuidados paternales para conmigo”.





ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE. (1861 - 1870)



Momentos más dolorosos


       

Entre los años de 1861 y 1864, pueden considerarse como los más dolorosos de su vida. Los cinco primeros meses, los pasó junto al lecho de sufrimiento de su querido amigo y escribe un circular a cada uno de los Padres y Hermanos Oblatos desde Marsella con fecha 10 de febrero de 1861, pidiendo oraciones por el Fundador, cuya enfermedad se agrava, y por el Sr. Bienvenido Noailles, fallecido en Burdeos; en esta carta señala frases como:



“Esas angustias y esa ansiedad, las compartirá usted, Reverendo Padre, no lo dudamos; pero, puesto que las esperanzas sólo se han debilitado y nos queda todavía alguna de conservar entre nosotros a ese Padre tan amante y tan amado, recemos con más ardor...”



Su amor incondicional a María Inmaculada


        Y puesto que no se puede dejar de mencionar su gran amor y confianza y devoción que le tenía  a la Madre de Dios, continúa la carta diciendo “...recurramos con más insistencia a Aquella a quien nunca se invoca en vano. Supliquemos, conjuremos a la Virgen Inmaculada que se nos muestre Madre y no rehúse a sus hijos conservar a quien los ha engendrado a la vida religiosa y, en gran número, a la vida sacerdotal. Somos sacerdotes, somos Oblatos; en el altar santo y a los píes de María, pidamos insistentemente que no nos sea negada esa gracia. Ofrezcamos con esa intención nuestras buenas obras y nuestros trabajos  apostólicos.  Que el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María que tantas veces nos han sido favorables, no se nos cierren en el momento en que les pedimos que nos conserven a nuestro Padre”.


     El amor fraterno que lo unía al Fundador le hace actuar así, dando a conocer sus devociones personales y recurriendo a ellas para alcanzar tan deseada petición; cuando la salud de Mons. Eugenio se va agravando el 7 de marzo decide mandar otra circular a los mismos destinatarios pidiendo una novena a San José por la curación del Fundador.




Perdió lo que más quería aquí en la tierra


    El 21 de mayo de 1861 sucede un acontecimiento que lo marcará y lo desanimará de ahora en adelante, es el día de la Muerte de Eugenio de Mazenod, donde escribe a todos los miembros de la Congregación a eso de las 11 de la noche; les dice:


 “Monseñor, nuestro muy  amado Padre, acaba  de  dejarnos. Dios le ha llamado para coronarlo en el cielo. Con el corazón roto por el dolor más profundo, no podemos decirles más en este momento.  Monseñor Carlos José Eugenio de Mazenod,... ha muerto,... se ha apagado dulcemente, rodeado de sus hijos, acompañado ante Dios de las oraciones y las lágrimas de ellos, fortalecido con todos los auxilios religiosos que su piedad solicitaba”.


        Al día siguiente, el 22 de mayo, dolido por tal acontecimiento decide renunciar a ser elegido vicario capitular, pues acaba de perder “lo que más tenía en este mundo” y se siente como aplastado como un hombre a quien todo le falta en esta tierra de miserias. Ya pasaban los días y el 24 de mayo,  a la muerte del fundador se “sintió como aplastado, como un hombre a quien le falta todo en esta tierra miserable”. Los asistentes lo nombran vicario general de la Congregación.


        Escribe una carta que dice: “Se ha apagado esa voz tan paternal y tan amada, no volveremos a oír a ese padre tan querido dirigirnos algunas de aquellas palabras tan buenas, tan afectuosas y que nos hacían tanto bien. Grande es el dolor de uds; deben comprender el mio”.


        Al ser leída esta carta el Cabildo reconoce en efecto que el P. Tempier ha prestado eminentes servicios a la diócesis... ha cumplido con una dedicación sin límites. Entonces se comprendió su dolor y su desolación y ya no se contó más con él.


        El P. Tempier, vicario general de Marsella, estuvo, creemos, a la altura del cargo que el P. de Mazenod le había impuesto en 1823. El 25 de mayo  convoca a capítulo general “con la ayuda de Dios” en Marsella.



Ante las dificultades, una confianza y astucia  grande


        Pero las tristezas y preocupaciones no culminaron, aparece un personaje que intentará realizar algo terrible que podría haber ocasionado grandes consecuencias en la vida del P. Tempier al frente de la Congregación. El 5 de setiembre de ese mismo año, Mons. Cruice, nuevo obispo en Marsella, retira a los Oblatos de la administración del Santuario de Ntra. Sra. de la Guardia. Y anuncia que Mons. de Mazenod legó a los oblatos bienes de la diócesis, intentando así recuperar esto y para lograr sus fines amenazaba con disolver la Congregación en Francia y exigir que Roma le retirase la aprobación pontificia.


        ¿Qué pasó por la cabeza del P. Tempier?, no sabemos, y ¿en Octubre de 1861?, ¿fue por eso que el P. Tempier para prevenir ese asunto hizo un viaje misterioso a Roma?.



Un gran gesto de humildad y su servicio


        Entre los meses de noviembre y diciembre, en medio de las discusiones se decide tener el capítulo general en París y el P. Fabre es elegido Superior general el 5 de diciembre.


Comienza un período nuevo para la Congregación, a  pesar de todos los problemas en un ambiente del capítulo general todos los Oblatos no se cansaban de felicitarlo,  reconociendo en su persona la legítima sucesión al Fundador, aunque ya habían elegido al P. José Fabre como Superior general, un gran amigo y colaborador del P. Tempier.


        Terminada la elección, inmediatamente el P. Fabre tomó su puesto “en medio del Capítulo, en el sillón que se apresuró a presentarle el R.P. Tempier”. Las actas del Capítulo prosiguen:  “Este venerable  Padre  que  hace  un  instante  era  su superior, se  arrodilló  como  un  niño  a  los pies  de  quien  antes  había  sido  su  hijo  y  va  ha  suceder  en  adelante  a  nuestro  ilustre  Fundador.  Besó  sus  manos  con  humildad  encantadora,  y  los  dos  se  abrazaron  con  una  emoción  que  es  más  fácil  comprender  que expresar”. El P. Tempier fue elegido primer asistente y admonitor del superior general. Pero su ocupación principal es la de secundar al ecónomo general.



Una buena decisión tomada en conjunto


        El 9  de enero de 1862, se firma un nuevo convenio en el que los PP. Fabre y Tempier debían ceder. Si no se firmaba ese documento Mons. Cruice viajaba a París y pedía el cierre de las casas oblatas de Francia conforme lo había planeado. El firmar este documento sería para P. Tempier una injusticia y una denegación hacia el Fundador y hacia la Congregación.


        Con todo para evitar males peores el P. Fabre juzga conveniente firmar y pide al compañero del Fundador que acepte ese duro sacrificio. En adelante las relaciones con el obispo serán sólo por escrito. Los PP: Fabre y Tempier se van a vivir a París.



Sigue leal al amigo


        En 1862, ya había pasado un año de la muerte del Fundador y es de reconocer, que la amistad que seguía sintiendo el P. Tempier fue hasta el último momento de su vida, incluso muerto Eugenio,  siguió hablando a los Oblatos acerca del Fundador como lo hacía cuando estaba con vida, vemos las palabras por el pronunciadas en el discurso hecho el 4 de diciembre de ese año en ocasión del primer aniversario del P. Fabre, superior general, dijo:


          “Usted era llamado a remplazar a un Padre tiernamente amado;... antes, nuestro venerado Fundador lo era todo y bastaba para todo... Lloraremos siempre, sin duda, a nuestro primer Padre y usted lo llorará con nosotros: Permítanos, no obstante, que le digamos: aquel Padre no se ha ido del todo, le ha dejado a usted su espíritu y su corazón”, y con esta última frase sellaba lo que sentía tanto por el Fundador, como por la Congregación y por aquel a quien le toca continuar la obra de los O.M.I. 



Más pruebas que lo golpearon


        Pero en 1863, dos lutos dolorosos sacuden al P. Tempier, que ve desaparecer a dos ancianos de la Congregación, el P. Vincens y el P. Courtès, sus cercanos colaboradores como asistentes generales.



Celebraciones que lo llenan de alegría


        Con todo esto sucedió que, el 7 de abril de 1864, una honda alegría llena su corazón y el de la congregación, por ser el primer oblato en celebrar su 50º Aniversario Ordenación Sacerdotal, afirma el P. Fabre: “No tememos afirmar que las disposiciones del joven ordenando fueron las más perfectas; más de 50 años han mostrado de modo admirable la abundancia de gracias recibidas ese hermoso día,... el P. Tempier, ha sido un sacerdote irreprochable”.


        Desde 1865 a 1867, le toca ser Superior de la casa general de París. Se puso a realizar algunos arreglos a la casa y arreglar los jardines, este será su nueva distracción favorita. Y otra fiesta que lo alegrará aún más, el 25 de enero de 1866, preside en la casa general la ceremonia de los 50º Aniversario de la fundación de la Congregación.



DEBE figurar al lado del Fundador


        El 25 de octubre de 1866,  Mons. Jeancard, escribe al P. Fabre: Le dice: “Abrace tiernamente de mi parte a nuestro querido P. Tempier... en lo que atañe a la historia de la Congregación, DEBE figurar al lado del Fundador”.


         Desde 1868 a 1870,  comenzará a verse sus últimos años. Del 5 al 18 de agosto, asiste a su último capítulo general, y es  elegido por unanimidad como asistente general honorario.


         El P. de L’ Hermitte dijo: “Sí, los años se acumulan en su frente y cargan sobre ella, no como un peso, sino como un diadema...”



La enfermedad toca a su puerta


        Pero pronto el anciano, de nuevo con su catarro, toma unas semanas de descanso, ya que esta enfermedad le hacía sufrir desde hace tiempo. Escribe el P. Fabre, que el P. Tempier había sufrido siempre de la garganta; ahí germinaba el principio de todas sus enfermedades. Desde el Invierno de 1868 a 1869, sufre de modo especial. Trabajando en los archivos de la congregación, en las salas más frías de la casa, el 29 de noviembre de 1869, hace luego un paseo en compañía del Hno. Nigro, quien lo cuidaba hace unos años y una lluvia fría lo sorprende al regreso. Después del paseo le ataca al atardecer una fuerte fiebre bronquio - catarral.


        Su médico asegura que no pasará la noche, el P. Tempier llama a su confesor, el P. Lagier y pide el viático y  es el P. Soullier quien le administra la unción de los enfermos, después que el enfermo había pedido humildemente “perdón de los escándalos dados a sus hermanos y renovado sus votos”.  Logra reponerse al día siguiente y pasa todavía el invierno en calma y oración. El 2 de abril de 1870,  cumple los 83 años y es felicitado por el P. Fabre a su regreso de Roma. Se complica su salud pero logra reponerse por unos días más y logra tener una larga conversación con el P. Fabre.



¡ No podemos negarlo: “Es Nuestro Segundo Padre” !


        El 9 de abril de 1870, al comienzo de este día expiró, en el momento en que el reloj daba la última campanada de medianoche y se clausuraba la fiesta de Ntra. Sra. de los Dolores. El 11 de abril, Lunes Santo, se da los funerales en la casa general. Y la noticia de su muerte llegó a lo largo de todo el año a los oblatos más alejados.


        En 1873 durante el capítulo general se celebró otro servicio solemne, como recuerdo filial del “primer compañero de nuestro Fundador, su amigo infatigable, QUE PUEDE CONSIDERARSE COMO NUESTRO  SEGUNDO  PADRE”.


        El P. José Fabre, OMI, en una Nota Necrológica decía del P. Tempier. “Sólo Dios conoce lo que el P. Tempier ha realizado en la dirección del seminario mayor, en la confesión de los sacerdotes que le habían brindado su confianza, y en el cuidado que prodigó a las comunidades religiosas... En los consejos de los obispos, en la solución de los asuntos, siempre se ha reconocido su visión práctica, justa, moderada. No cabía equívoco sobre la sinceridad y la pureza de sus intenciones. Inflexible en cuanto al deber, era siempre conciliador en cuanto a las circunstancias. Y cuando se veía obligado a actuar con rigor, se reconocía, por encima de su autoridad, la  autoridad  de  la  conciencia  a la que obedecía ... Nuestro  Fundador  y  el  P. Tempier  han  seguido  la  misma  conducta..., siempre el P. Tempier ha conservado la calma del hombre perfecto, la intrepidez de la conciencia cristiana y la abnegación heroica que el sacerdote según el corazón de Dios saca de las luces de la fe y de las inspiraciones de la piedad. No temió exponerse a las injusticias de la opinión ni desafiar las pasiones populares”.



  CONCLUSIÓN


 Era un hombre venerable


         Algunos que han podido escribir acerca de él  y no tienen que ver con la Congregación lograron captar detalles muy importantes de este sacerdote. Un biógrafo, el P. Juan del Sagrado Corazón, escribía a un amigo sacerdote, por allá en 1887, al P. Juan que le decía acerca de la persona del P. Tempier:


“Era un hombre venerable, que escondía bajo formas un poco abruptas uno de los mejores corazones que es posible encontrar... Hábil administrador. ejemplo de la más absoluta fidelidad a su obispo, era también un eminente director de religiosas, era el padre de todas,... con un corazón demasiado grande para dar sus preferencias a ninguna... Era fácil entenderse con un hombre así”.



Hombre prudente y verdaderamente sobrenatural


        En 1892 el Obispo Payan d’ Augery, biógrafo de la fundadora de las religiosas Víctimas del Sagrado Corazón. Escribía refiriéndose a él:


“Pequeño de talla, mirada viva, palabra algo entrecortada, el P. Tempier unía a las virtudes del religioso... la experiencia y la  prudencia de un administrador consumado... Hombre prudente y verdaderamente sobrenatural, había conquistado una legítima influencia sobre el corazón y sobre el espíritu de su tan perfecto obispo; su temperamento más tranquilo mitigaba felizmente, si osamos decirlo, los arrebatos y los prontos de Mons. de Mazenod, en quien la santidad había dejado sobrevivir el carácter provenzal... Era sobre todo un hombre interior, y por ende más capacitado que muchos otros para comprender la belleza de la vida religiosa, suavizar sus pequeñas aristas para las mujeres, y por su conocimiento de personas y cosas, darles los consejos más prudentes. Muchas comunidades se sintieron felices de su dirección”.


                                       
Hombre de audacia, valor y acción


        Todo lo que se ha dicho del P. Tempier nos permite afirmar, sin más demostración que era un hombre de acción, de gran carácter y personalidad y de una profunda vida espiritual, tenía el distintivo oblato bien puesto: VALENTÍA, AUDACIA, INVENTIVA;  ejercía dominio sobre sus impresiones y sus reacciones, de calma ordinaria, austero, la alegría la comunicaba y el dolor lo reservaba. Escondía un corazón de oro.


               





                                                Guatemala, 08 de diciembre de 2001


                                                   Roberto Carrasco Rojas  - Perú


                                              Noviciado Oblato de María Inmaculada


p.d. ESTE ESCRITO LO MANTUVE GUARDADO POR VARIOS AÑOS... GRACIAS A DIOS LO ENCONTRÉ BUSCANDO ARCHIVOS DE MI COMPUTADORA PERSONAL. NO PUEDO DUDAR EN PUBLICARLO PORQUE REALMENTE LA VIDA DE ESTE HOMBRE ME ANIMÓ MÁS, A SER UN OBLATO DE MARÍA INMACULADA.

Gracias al P. Yvon Beaudoin, OMI por los dos libros que le dedicó a P. Tempier (uno de sus cartas y otro de una pequeña descripción biográfica)




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