miércoles, 5 de febrero de 2020

CUARESMA 2020 Y LA OPCIÓN POR LOS PUEBLOS INDÍGENAS


UNA CUARESMA DISTINTA, UNA CUARESMA QUE ASUME UNA NUEVA OPCIÓN


Por Roberto Carrasco, OMI


La Cuaresma 2020 tiene un tinte especial. Después del Sínodo Panamazónico vivido en Roma en octubre del 2019, la Iglesia Universal experimenta que “Algo nuevo está naciendo, ¿no lo notan?” (Is 43, 19). Este acontecimiento eclesial ha tocado las esferas más profundas de las grandes desigualdades y de los persistentes desencuentros que se vienen desarrollando en la sociedad en general. Vivimos en medio de un mundo donde las brechas crecen cada día y de forma acelerada. Vivimos en un contexto donde el diálogo intercultural se enfrenta cada día a barreras difíciles de derribar. Barreras como la falsa percepción, el prejuicio, el estereotipo, el racismo, la estigmatización, el orientalismo y el etnocentrismo. Situaciones que impiden el acercamiento, el respeto, la tolerancia, la escucha y el diálogo, que son en el fondo uno de los llamados del Sínodo por la Amazonía.

Todos los participantes en el Sínodo han expresado su profunda preocupación por la dramática situación que vive la Casa Común: “La Tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería” (LS 21), sin embargo, si observamos bien y hacemos un discernimiento sincero y nos atrevemos a hacer un anuncio profético valiente, tendríamos que decir, que no nos parece, sino que realmente “la tierra, nuestra casa, se ha convertido en un inmenso depósito de porquería”. Mientras la Amazonía nos presenta en toda su majestad un territorio donde abunda la vida y la esperanza, un territorio donde el agua y los ríos siguen uniendo a los pueblos, mas no lo separan, por otro lado, vemos, y no lo podemos ocultar, la amenazante presencia de políticas y acciones cada vez más ilimitadas que fomentan la explotación de la casa común, su usufructo brutalmente injustificado que beneficia sólo a unos pocos. Este extractivismo predatorio que responde a la lógica de la avaricia, propia del paradigma tecnocrático dominante (LS 101).

La Iglesia en esta Cuaresma está llamada a escuchar, tanto el grito de los pobres y el grito de la tierra, que son el grito de Jesucristo desde la cruz que desde lo profundo de su corazón misericordioso clama al Padre: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Pero este perdón se tendría que vivir en medio de esta conversión ecológica que nos invita el Sínodo por la Amazonía. Una conversión que llama a “la solidaridad internacional, una conversión que anima a la comunidad internacional a disponer de nuevos recursos económicos para la protección y promoción de un modelo de desarrollo justo y solidario, con el protagonismo y la participación directa de las comunidades locales y de los pueblos originarios” (Documento Final del Sínodo por la Amazonía, 68). Pero también, una conversión que al interior de las Iglesias exige que se “asuma y se apoye las campañas de desinversión de compañías extractivas relacionadas al daño socio-ecológico de la Amazonía” (Documento Final del Sínodo por la Amazonía, 70) .

Sin duda, esta Cuaresma 2020 no puede tener un código distinto, no puede no escuchar este doble grito. Una Cuaresma que nos llama a asumir la opción preferencial por los pueblos indígenas. Una Cuaresma que nos exige escuchar, caminar juntos aunque diferentes. Una Cuaresma que nos llama a la sinodalidad. Una Cuaresma que abre un tiempo nuevo de reforma eclesial, de conversión integral. Pero no solo una conversión personal, sino también comunitaria.



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