PEBIAN, UNA PROPUESTA QUE NACE EN LA RIBERA
Por Roberto Carrasco Rojas, OMI
Desde los años 1990, una moda se entremezclaba desde varios ámbitos. La interculturalidad empezó a estar presente en políticas públicas y en las reformas educativas y constitucionales(1). Resulta que este concepto que parecía una novedad por esos años ya había logrado introducirse en diversos contextos. Según Walsh “la interculturalidad empieza a entenderse en América Latina desde los años 80 en relación con las políticas educativas promovidas por los pueblos indígenas, las ONG’s y/o el mismo Estado, con la educación intercultural bilingüe (EIB)”(2) . Por esos años, dado que el papel protagónico de los pueblos indígenas crecía en América Latina, y la exigencia por parte de ellos era su reconocimiento y aceptación ya que deben ser tratados como seres humanos(3); esta situación suponía para los estados empezar a asumir nuevos retos, nuevas políticas, sobre todo en el campo de la educación y la salud.
En el artículo(4) de Lucy Trapnell se afirma que en 1976 surge la EIB por el cuestionamiento de los dirigentes indígenas latinoamericanos y aliados que quieren traducir los contenidos escolares a lenguas vernaculares. Lo cierto aquí, según Trapnell es que se empieza a repensar la educación indígena descolonizándola cultural e ideológicamente. Entonces, al leer este texto, volcamos la mirada al río Napo, concretamente, al caserío Monterrico de Angoteros, Alto Napo, distrito de Torres Causana, en Loreto – Perú.
Allá por los años 60, los pueblos indígenas del Vicariato Apostólico San José del Amazonas vieron llegar un misionero canadiense, nacido en Victoriaville – Québec. Fue un joven franciscano que como todo valiente misionero llegaba convencido de que había que llevarle dos cosas a las tribus de la amazonía: la civilización y la religión(5) . Se trata de Juan Marcos Mercier, un misionero que decidió surcar el río Napo y se estableció en Angoteros, lugar donde permaneció alrededor de unos cincuenta años. Quién con la autoridad de Juan Marcos para hablarnos de los pueblos napurunas (gente del río Napo)(6).
Era el año de 1970 cuando después de ir recorriendo los pueblos del Alto Napo, este misionero se propuso aprender kichwa. Sus viajes al Ecuador le permitieron conocer mejor esta lengua que, gracias a los misioneros capuchinos del Vicariato Apostólico de Aguarico, obtuvo unos diccionarios y una gramática indispensables(7) para empezar una nueva aventura. Vemos como Juan Marcos, en la medida que recorría los pueblos iba encontrando que los naporunas tenían la necesidad de una educación distinta. “El kichwa tiene matices únicos para expresar los sentimientos, los conocimientos de la naturaleza y del mundo de los espíritus y las relaciones personales. La lógica de las frases es contraria a la nuestra y no se parece a la del latín. El verbo va de preferencia al final de la frase. El idioma obedece a otra estructura mental, distinta a la de occidente. Es como si pensáramos al revés”(8) , nos contaba Mercier.
Por esa zona del Perú, la educación era solo un privilegio de los hijos o protegidos de los patrones. “Los indígenas no eran libres. Los patrones eran sus dueños. Para ellos, los indios eran de su propiedad, los incluían en sus inventarios de sus haciendas, al igual que incluían al ganado”(9), nos relataba Juan Marcos. Pero ¿cuál era la situación real del poblador amazónico en esos años? Es una cuestión que intentó responder la Iglesia latinoamericana post conciliar aquellos años. Del 21 al 27 de marzo de 1971(10), se desarrolló en la ciudad de Iquitos – Perú, el Primer encuentro de pastoral de misiones en el Alto Amazonas. En aquel encuentro eclesial se hicieron presentes unos 30 obispos, además de sacerdotes, misioneros y misioneras de América Latina, sin duda, la presencia de Juan Marcos Mercier no podía faltar . “Este acontecimiento nos habría de vincular a muchos de los asistentes en una profunda comunión de ideales”(11), nos relata Mercier. Esta primera Asamblea Panamazónica en Iquitos despertaba en la Iglesia el profundo interés para discernir aquellas miserias y tristezas de los pueblos y de cómo ella se veía estancada en su acción pastoral. Ese año, el Perú vivía situaciones de cambio. Nuevos vientos soplaban, incluso, en medio de los pueblos de la Amazonía.
A lo largo de la ribera, en medio de los mestizos que se iban asentando por esas tierras, la presencia de Juan Marcos resultó ser molesta, en especial, para aquellos que se les notaba otros intereses. Incluso, los mismos patrones lo trataban al misionero como una especie de comunista o subversivo, y esto por transmitir en cada pueblo de la ribera del Napo una esperanza de cambio. Esto gracias a que aprendió el kichwa y logró entrar en la cultura escuchando al poblador napuruna. Era evidente por esos años que lo que se enseñaba en las pocas escuelas a lo largo del río, se basaba en una estructura curricular que ha sido diseñada y estructurada desde la mentalidad y la cultura hegemónica(12). Por “esos años, 1971 – 1972, los napurunas, acompañados de misioneros perciben la misión evangelizadora de un modo diferente, van entendiendo que la forma de dominación más imbatible es el idioma y que sólo afirmándolo era posible sobrevivir en medio de las turbulencias de una sociedad que anunciaba por entonces convertirse en una aldea global”(13).
Las aventuras de Juan Marcos hicieron que se registraran varios acontecimientos que ponían en riesgo la vida de los pueblos del río Napo y de la amazonía. Cuantas anécdotas y relatos figuran en sus escritos y registros. Ciertamente se trataba de información que no llegaba a Iquitos, y ni mucho menos a la ciudad de Lima, la capital del Perú. Ella, por lo general, ignoraba lo que sucedía en los pueblos de la selva peruana. Por ejemplo, podemos recordar el bombardeo que sufrió el pueblo mayoruna, cuando desde el aire los aviones dispararon contra el pueblo de Choba-Yacu, era ese mayo de 1972. Pero el pueblo mayoruna ya había sufrido otro bombardeo, fue en 1964, en aquella expedición de Requena por el río Yaquerana cuando los soldados invadieron el caserío y quemaron las malocas. Y como una forma de resistencia, los mayorunas se pusieron bravos y se defendieron matando a tres hombres “blancos”. Es interesante darnos cuenta como los periódicos en Lima describían la situación que se vivía: “Aviones B-26 y Sabre Jet, de las bases aéreas de Piura y Chiclayo, salieron con instrucciones de ametrallar el área que circunda a la expedición […] Se ignora el número de bajas entre los salvajes… la paz ha vuelto a la selva”(14).
Basta estos acontecimientos para darnos cuenta de cuanta angustia podría haber sentido el yayapakri (así llaman los kichwas al sacerdote, así era llamado Juan Marcos). Sólo imaginar al misionero escuchando a los ancianos acerca de los relatos de la época del caucho; de cómo fueron perseguidos y muertos por las famosas correrías que realizaban los patrones en las inmediaciones de los ríos Napo y Curaray. De la explotación que realizaban los patrones; y de cómo se llegaba al extremo de terribles matanzas. Viene a la memoria aquella que se vivió en el caserío Diamante Azul – río Napo, el año de 1972. La periodista Milagros Aguirre nos cuenta en su libro el accionar de los madereros, los buscadores de pieles finas y comerciantes, que creaban la zozobra y el miedo, al punto de poner al pueblo indígena arabela al borde la extinción.
Un sin número de relatos se transmitían entre los pueblos. Estos crearon preocupación y malestar. Fue entonces que ocurrió un acontecimiento. Unas 19 comunidades del Alto Napo se reunieron por primera vez en un congreso (en kichwa se dice tantarina) de pueblos indígenas no solo kichwas, también secoyas del Alto Napo. “Era una vez más evidente: los pueblos no desaparecen, no pueden desaparecer”(15). En ese congreso nace ORKIWAN (Organización Kichwaruna Wangurina del Alto Napo). Esta organización es una de las primeras federaciones indígenas de la amazonía peruana dispuesta a jugar un nuevo rol. Se empezaba a repensar la educación indígena.
El año de 1973, Juan Marcos Mercier recibe del obispo del Vicariato de San José del Amazonas la autorización de ejercer con toda libertad el trabajo por los nativos de todo el territorio del Vicariato. Al misionero, al principio, le preocupó el asunto del territorio de los pueblos amazónicos. Pero luego decidió convalidar sus estudios que realizó en vistas al sacerdocio y así poder empezar la profesionalización en Educación. En Iquitos, tuvo largos meses de preparación con otros mestizos. Es así como decide dedicarse a dos temas: la educación y la salud. El año de 1973, después de varias visitas a las casas de los napurunas, en medio de sus recorridos en el río, “intenta iniciar la educación bilingüe en toda la ribera”(16). Nos contaba Juan Marcos que en ese tiempo aquellos que venían de fuera, no hacían sino acabar con la cultura de los indígenas, enseñándoles solo castellano, enseñándoles la cultura de occidente; querían “blanquearlos”(17).
Surge la pregunta: ¿qué podría haber pensado Juan Marcos Mercier cuando decide dar el paso e intentar “interculturalizar” la educación en el Napo? ¿Apostar por una propuesta educativa que permita responder a una realidad, a un pueblo, a un ideario indígena concreto que nace como respuesta a un multiculturalismo presente en la ribera del Napo? Las convivencias, los diálogos, los procesos de escucha, el ir identificando junto a ellos su real problemática pero, sobre todo, usando la lengua propia del napuruna, ya que ella “le permite recibir la tradición tribal, [la lengua] es la puerta abierta hacia el alma de un pueblo, el corazón de una cultura, su sistema de valores”(18).
Es así como, en la ribera, nace el Programa de Educación Bilingüe e Intercultural del Alto Napo – PEBIAN. Nace como un ejemplo de programa con contenidos indígenas. Sus currículos de educación inicial, primaria y de formación docente, tienen por objetivo general, que “…partiendo de sus valores culturales generase hombres críticos, solidarios, libres, capaces de comunicarse con otras culturas sin perder su propia identidad”(19); con esas palabras lo resumiría Gloria San Román. Por tanto, este programa es el primer aporte desde la Amazonía peruana a la EIB que “se propone contribuir y acompañar al proceso de mantenimiento, desarrollo y diálogo enriquecedor de las culturas nativas con la cultura dominante”(20). Ha llegado la hora de tratar temas que nacen desde la vivencia propia de la cultura, en la lengua propia del lugar. Es la hora de iniciar nuevos discursos, donde la superioridad de unos pocos se vaya encontrando con una propuesta diferente y válida de una nación indígena que mira la realidad de otra manera, que la describe y la enuncia usando los códigos propios de la cultura. Las napurunas, junto a Juan Marcos empiezan a construir un nuevo futuro, una nueva forma de entender la convivencia pacífica. La EIB en el Alto Napo se propone conocer la realidad misma de los pueblos que nacen con los relatos escuchados a los ancianos, a los apus(21), a los yachak(22). A la vez que se propone fortalecer la sabiduría ancestral que sigue transmitiéndose oralmente hasta hoy. Los napurunas quieren entender sus prácticas culturales propias y aquellas que los mestizos les han traído a la ribera.
Frente a todo aquello, Juan Marcos Mercier es consciente que la tarea no es nada fácil. ¿En medio de toda esta pluralidad que se transporta y se va regando por el río y al llegar a las comunidades intenta imponerse, podrá la Educación Intercultural Bilingüe, sola ella, afrontar estas exigencias? Los pueblos del Alto Napo empezaron a tenerlo claro, “es obra de todos los sectores, es obra de todos”(23). Aquí, por qué no recordar las palabras del P. Joaquín García Sánchez, OSA cuando se refería a este programa; él escribió: “aquella iniciativa luminosa de los napurunas hace más de treinta años, se ha convertido hoy en una explosión de luz y una inquietud que alcanza hasta los últimos rincones del orbe: todos somos diferentes, cada pueblo tiene su propia alteridad, su cosmovisión, sus modos distintos de mirada del mundo, a la vida”(24).
La interculturalidad, viéndola en este contexto es, entonces, un camino que hay que seguir recorriendo. Es un proceso de diálogo, de escucha, de respeto, de reconocimiento del otro cuando valoramos y aceptamos la diferencia, con una actitud de tolerancia cuando el intercambio nos pueda llegar a sorprender y a desafiar. El PEBIAN es un primer intento de Educación Bilingüe Intercultural en Loreto, probablemente en toda la selva peruana. Se transformó en proyecto educativo que fue aprobado a inicios de 1975 a nivel regional. Inmediatamente en el mes de febrero inició con la formación de sus primeros docentes para las escuelas del río Napo. El número de las escuelas EIB iban en aumento. PEBIAN como programa es intercultural, porque desde esa perspectiva, “es imprescindible reconocer que existen otras formas de entender la realidad”(25). Los kichwas del Alto Napo empezaron a levantar la mirada. De la contemplación (porque los napurunas son pueblos contemplativos) pasaron a la propuesta.
La necesidad -como dice Trapnell- de buscar caminos alternativos, hace que, incluso, una propuesta curricular propia ayude en la construcción de otras. Parece que no podrá ser posible una propuesta curricular nacional desde una perspectiva intercultural, mientras las brechas, que todavía existen en los pueblos indígenas, no disminuyan. No se trata, por tanto, de cambiar paradigmas o de asumir nuevas visiones para legitimar la dominación política de un pueblo contra otro. No basta que uno se sienta o superior o inferior frente al otro. No bastaría por imponer propuestas, currículas o modelos educativos para arruinar así una propuesta válida que va construyéndose. El peligro podría estar en que los pueblos indígenas podrían llegar a considerar que solo la propuesta occidental es la que se tenga al final que asumir.
El mismo Juan Marcos, después de años de trabajo, cayó en la cuenta de que hay una cultura dominante que a toda costa quiere imponerse. Él mismo lo advirtió en el diálogo con Milagros Aguirre cuando decía: “los indígenas rechazaban lo propio: después de tantos años de maltrato y menosprecio a su cultura, de considerar lo suyo atrasado y salvaje frente al mundo occidental civilizado, querían aprender aquello que aprenden los blancos y hasta se avergonzaban de sus conocimientos, de su lengua, de sus costumbres […] Me cansaba de decirles lo mismo a los padres y a los profesores en cada reunión, en cada visita a las escuelas de toda la ribera: ‘es importante que nuestros hijos aprendan en la escuela a escribir, a hablar el castellano, a sumar, a restar y hacer cuentas. Pero en la escuela ellos no aprenden los conocimientos que a nosotros nos enseñaron los antiguos para saber enfrentar la vida en la selva, para hacernos fuertes, para hacernos enamorados de los secretos de la selva. Por eso lo que se aprende en la escuela es importante pero no es completo. Debemos enseñarles la historia de nuestro pueblo, sus costumbres, creencias, el conocimiento de la naturaleza, nuestra manera de vivir. Si no enseñamos esto nuestro pueblo indígena desaparecerá. Una persona que conoce bien su historia y su cultura la salva, hace de todo para que su gente no desaparezca’”(26).
Indudablemente, el trabajo de Juan Marcos Mercier no fue nada fácil. Sus aciertos y desaciertos entremezclados con su pasión misionera lo llevaron también a evaluar todos estos años de esfuerzo. La cultura indígena napuruna sobrepasaba sus esfuerzos e intentos por plantear un nuevo enfoque educativo. Una vez dijo que “a veces pienso que he arado en el mar, que la educación, tal como la entendemos en Occidente, ha sido lo peor que les pudo pasar a los indígenas… Los mismos profesores bilingües que formamos durante tantos años ni bien conocían Iquitos terminaban blanqueándose, comprando zapatos y rechazando la lengua. Todo se volvió una lucha contra la corriente: la educación a la manera occidental insiste en instalarse en estas tierras y unificar el pensamiento, el idioma, la palabra. Pretende acabar y borrar sus raíces, su conocimiento, su manera de vivir y volvernos a todos la misma cosa, sin respetar diferencia alguna. A veces creo que la letra, que la educación a la manera occidental y de conquista, se ha hecho para humillar a aquellas culturas que no la tenían”(27).
Finalmente, la propuesta de EIB de Juan Marcos Mercier que nació en el Alto Napo peruano nos puede dejar dos enseñanzas: que es posible que desde la organización de los pueblos se pueda plantear una agenda de política educativa que el Estado tiene la obligación de conocerla y consolidarla, sin quitarle los valores propios de la cultura, sino enriqueciéndola con el diálogo intercultural. Luego, como lo recoge Lucy Trapnell al final de su texto: “es necesario tener presente que el proceso de construcción de un currículo intercultural debe considerar la dimensión cultural e histórica de los saberes desarrollados por diferentes grupos socioculturales, en la medida que estos forman parte de configuraciones complejas en las cuales adquieren sentido y pertinencia”(28).
PEBIAN se ha convertido para los pueblos napurunas en una propuesta concreta de resistencia y de convivencia, de inclusión y diálogo, sin excluir diferencias, descolonizando los discursos y las políticas educativas que mantienen -todavía- su deseo de imponerse.
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NOTAS:
(1) Cf. WALSH Catherine. En Interculturalidad crítica y educación intercultural en artículo de la ponencia presentada en el Seminario “Interculturalidad y Educación Intercultural”, La Paz, 9-11 de marzo de 2009.
(2) Cf. WALSH, oc.
(3) Cf. ROMERO María Ángeles. En Enfoque intercultural en educación en La orientación educativa desde una perspectiva intercultural.
(4) Cf. TRAPNELL, Lucy. Conocimiento y poder: una mirada desde la educación intercultural bilingüe. FORMABIAP – Iquitos - Loreto.
(5) Cf. AGUIRRE, Milagros. La utopía de los pumas. CICAME, Quito, 2007, 191.
(6) “El pueblo Napuruna conocido también como Sunu o Kichwa del Napo, en referencia al nombre de su lengua materna, es uno de los grupos étnicos de la Amazonía Peruana”, en REÁTEGUI DAHUA, Nelson – ALVARADO GREFA, Ventura – NOA SANDIEGO, Jarri. Veinte años de educación en el Alto Napo, CETA, Iquitos – Perú, 2003, 11.
(7) AGUIRRE, o.c., 197.
(8) AGUIRRE, o.c., 199.
(9) AGUIRRE, o.c., 205.
(10) PERAL Gabino. Éxodo de la Iglesia en la Amazonía. Documentos pastorales de la Iglesia en la Amazonía Peruana, CETA, Iquitos, 1976, 27.
(11) AGUIRRE, o.c., 200.
(12) Véase el comentario de Tubino y Zariquiey en TRAPNELL, o.c.
(13) REÁTEGUI DAHUA y otros, o.c., 7.
(14) AGUIRRE, o.c., 212.
(15) REÁTEGUI DAHUA y otros, o.c., 8.
(16) AGUIRRE, o.c., 222.
(17) AGUIRRE, o.c., 223.
(18) AGUIRRE, o.c., 199-200.
(19) REÁTEGUI DAHUA y otros, o.c., 6.
(20) REÁTEGUI DAHUA y otros, o.c., 6.
(21) Apu: jefe de la comunidad kichwa del Napo.
(22) Yachak: sabio, hombre de conocimiento en AGUIRRE, o.c., 415.
(23) REÁTEGUI DAHUA y otros, o.c., 6.
(24) REÁTEGUI DAHUA y otros, o.c., 9.
(25) Cf. TRAPNELL, o.c.
(26) AGUIRRE, o.c., 223.
(27) AGUIRRE, o.c., 224-225.
(28) Cf. TRAPNELL, o.c.
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