ÑUKA SINCHI RUNA
La tormenta no me dejó dormir. Era todo oscuro. Daba vueltas y vueltas. Lo peor es que los mosquitos entraban bajo mi mosquitero y zumbaban por mis oídos. Molestaba este zumbido. Los truenos y los relámpagos eran tan fuertes que mi tambito se sacudía. Sonaban las hojas de irapay(1). Pareciera que el techo se venía encima mío. Me abrazaba el miedo y temblaba, mientras yo abrazaba mi colchita. Era la primera vez que comenzaba a entrar en pánico. Mis pies empezaban a enfriarse más y más. Afuera el sonido de la noche era estrepitoso. La mala suerte me seguía.
Entonces, una lechuza comenzó a chirriar bajo mi techo. Los ojos los tenía muy abiertos. Miraba de un lado al otro. Comencé a recordar a mi abuela:
“Hijo, cuando chirría la lechuza está anunciando la muerte de un vecino del pueblo”.
“Me siento solo. Tengo mucho miedo”, decía.
“Y para colmo no traje la pukuna(3)… ¿cómo me defenderé?”, era la preocupación de no portar algo con que defenderme…
¡Shaaa…!, una pequeña queja salió de mí.
Agarrando mis rodillas, invocaba al Samay(5) de Pachayaya(6). Él segurito me dará sosiego…
“Estoy solo, ¿si se cae el techo a dónde voy, a dónde corro?”, pensaba.
“Tengo que demostrarme a mí mismo que ya he crecido”, me repetía varias veces en mis adentros.“De noche la selva es totalmente distinta… ¡si la soledad es así, pienso que un hombre no nació para vivir siempre solo!..., no es lo mismo estar en casa con mi padres”… comenzaba a hablar solo.“Ya tienes 16 años, lo suficiente para saber qué hacer”, era esa voz de mi papá que sonaba en mi mente.“Ser un verdadero runa exige mucho”.
Mi papá siempre me repetía cuando íbamos a la chakra(7), que un verdadero runa(8) sabe afrontar las dificultades.
“Un verdadero runa sabe qué hacer cuando está solo”.
Esa voz me mantenía fuerte.
“Ñukaka kikin runami kani. Ñukaka sinchi runa(9)”, era mi lengua nativa la que brotaba de lo profundo de mí.
Era como un grito interno que me repetía tantas veces:
“Yo soy nativo propio. Yo soy nativo fuerte”.
En la eternidad de la noche fría empecé a preguntarme quién realmente soy.
“Soy Marcos Nuteno Kukinchi… soy Marcos Nuteno Kukinchi”, sonaba en mi mente muchas veces.
Era mi nombre. Estaba tomando conciencia de mi nombre…
“¡Ñuka(10) Marcos Nuteno Kukinchi!, ¡Ñuka Marcos Nuteno Kukinchi!...”.
“Me estoy escuchando hablar en mi lengua kichwa”.
Todavía la lluvia golpeaba las hojas del techo. Todo me parecía que estaba encima mío. Entonces, un canto especial comencé a escuchar:
“¡Ayaymama(11), ayaymama!”.
“Son los niños que lloran la ausencia de su madre”.
“¡Ayaymama, ayaymama!”.
“¿A dónde voy ahora si ellos vienen acá?... ¡Estoy perdido!”.
“En medio del miedo debes encontrar tu seguridad. Debes solo hacer silencio”, eran las palabras que venían de la enseñanza de mi abuelo, del ruku(12).
Pero lo único que hacía era cerrar fuertemente lo ojos e intentar no escuchar. Solo quería escapar de ese lamento.
“¡Ayaymama, ayaymama!”, “¡Ayaymama, ayaymama!”, “¡Ayaymama, ayaymama!”, se repetía y repetía alrededor de mi tambito.
Hasta que me acosté sobre la pona, todo cubierto y caí en un profundo sueño.
“¡Qué hago aquí en esta espesa selva!, ¡qué grande es esta lupuna… y son muchas, son tremendas, muy gruesas, muy altas…!
¡Qué día tan bonito!, los guacamayos vuelan juntos y se dejan ver sobre la lupuna…! ¿A dónde se dirigen?... Tengo que seguirlos, debe haber una colpa cerca”.
“¡Sí, sí, sí….! Es un ruku y camina lentamente… ¡Tengo que alcanzarlo!”.
“¡Ally puncha, ruku!...(13)” le saludé, pero no respondió.“¡Ally puncha, yayaruku!...”, insistía saludando, pero no me respondía.
“¡Ally puncha, yayaruku!”…
“Ally puncha, wawa(14)”.
“¿qué has venido a sembrar?”.
“Come, debes tener hambre”.
“¿Qué piensas sembrar, hijo?”, me dijo nuevamente con ternura mirándome a los ojos.
“Yo no tengo chakra aquí…, realmente no sé dónde estoy…”, le respondí.
“Ñuka Marcos Nuteno Kukinchi y usted cómo se llama”, le hablé también mirándole a los ojos.
“¿De dónde vienes abuelo?”, le pregunté…
Pero no respondió.
“Toma esto y come… Me lo dieron ayer mientras visitaba un vecino de por aquí cerca…”
“Esto será para comerlo más tarde. El plátano y la yuca que me diste antes es suficiente”, le respondí.
“Gracias hijo por acompañarme, pero tienes que ir a sembrar. Yo debo llegar al próximo tambo que está cerca”.
Y empezó a alzarse apoyándose en sus débiles rodillas.
“Espera un momento abuelo que te traigo un poco de agua para el camino, hace mucho sol y seguro necesitarás beber algo”.
“¡Qué grande es el Napo… y su corriente es tan fuerte. Esos tremendos troncos son arrastrados como si nada encima de sus aguas!”…
“¡El ruku me debe estar esperando!”
“¿Qué piensas sembrar, hijo?”… vino esa lánguida voz a mi mente.
De repente abrí los ojos. Un chillido de un pequeño frailecito(16) me despertó. Cruce las piernas y sentado en silencio solo atinaba a contemplar el amanecer. No podía creer lo que había pasado. Era tan real... Era tan cercano. Su silencio profundo, su rostro exhausto, pero feliz, no dejaba de borrarse en mi mente.
“¡Era Pachayaya…! ¡Sí, sí… ahora lo recuerdo!”
“Ñuka Marcos Nuteno Kukinchi…Ñuka sinchi runa…Ñuka napuruna…”.