viernes, 16 de enero de 2015

Hna Manuela Vásquez: Testimonio misionero en el Alto Napo - Perú


Shamashu panikuna Mercedarias Misioneras



¿Cómo empezar a recordar cada una de las experiencias vividas con ellas si pareciera que fue ayer cuando llegué a la Misión Napuruna de Monterrico de Angoteros?

Después de mi ordenación diaconal inmediatamente me trasladé a la región Loreto, específicamente a la nueva misión asumida por los Oblatos de María Inmaculada en Santa Clotilde - río Napo. Era setiembre del 2008.

Fue sorprendente -y esto le sucede a muchos cuando tienen su primer contacto con la tremenda amazonia- surcar y surcar rumbo a la localidad de Angoteros en el distrito de Torres Causana. Fui con P. Edgar Nolazco, OMI -mi hermano y compañero en la Misión- y cuando llegamos a aquel lugar lo primero que me sorprendió fue encontrar una comunidad indígena que mantiene su lengua, sus costumbres y toda su cosmovisión. Hace un par de años atrás había fallecido el P. Juan Marcos Mercier, OFM. Encontré por primera vez a Manuela, Virginia y Janet.

La casa misionera insertada en la comunidad. Una casa como todas las demás. De pona en el piso y de irapay en el techo. Claro... con su tushpa en la cocina y su pequeño puerto en el río al lado de un chorrito de agua que abastecía para tomar o asearse.


Manuela y Virginia las mayores en la comunidad nos recibieron, junto a ellas la joven, también llegada ese año, Janet. Recuerdo cada rostro, cada mirada de tres religiosas Misioneras Mercedarias peruanas que habían llegado a petición de Juan Marcos al Alto Napo para continuar la misión en esta parte del Vicariato.

Manuela, la siempre Manuela. Lo primero que me dijo P. Jack cuando llegué a Santa Clotilde fue "ya conocerás a Manuela, ella es una mujer con mucha energía". No puedo dejar de pensar que desde que conocí a Manuela me impresionó mucho su entrega a la gente. La cercanía, el querer dialogar y entender la cultura. Lo primero que me dijo fue "ya, ya rápido que tenemos que salir pronto, tengo muchas cosas que hacer todavía... Y que barbaridad ustedes allí sentados".

Dichosa frasecita que nos acompañará todos estos años. Manuela es, fiel a su estilo, la que continuó a su manera, la misión de Cristo en medio de la Napurunas, después de Juan Marcos. Son muchos los momentos y las anécdotas que se vienen a mi mente. Su intensidad y fuerza por hacer bien las cosas y estar en las comunidades. Su deseo de llegar a tiempo a cada pueblo para empezar la visita. Que los papelotes y cuanto material listo para los temas y los talleres. Su cuadernito pequeño donde anotaba todo lo que se vivía cada día. Cuantos bautismos se hicieron, la problemática más puntual de cada comunidad, los nombres de las nuevas autoridades comunales. En todo momento, como una hormiguita haciendo algo. Ella era veterinaria porque inyectaba a un pollo que ya Virginia o Janet lo veían enfermo, ella era gasfitera, albañil, a poco si pudiera hacerlo agarraba su hacha para rajar leña, ella sabía perfectamente el uso de cada herramienta que tenía y el lugar donde cada cosa tenía que estar. Lo sorprendente no fue tanto eso, sino que como mujer y mujer grande tenía una energía envidiable... "hombre tenías que ser, inútil..." me decía y yo atinaba a reir.

Más allá de todas esas cosas quiero resaltar de las Mercedarias Misioneras que fiel a su carisma sentadas en la pona cada día oraban por la mañana y comulgaban. No había sacerdote en la misión. Ellas presidian a la comunidad de fe. Gracias a Florentino, Ronald, Roger, Lino  y el más joven el querido y recordado Amable. Los kuyllur runa -animadores cristianos- laicos formados por Juan Marcos y que sostienen la Misión Napuruna cuando los "misioneros" no están. Como ahora en este momento cuando escribo estas líneas. Gracias a cada uno de ellos por su testimonio, su fidelidad, su amor a Pachayaya y a la comunidad de fe.

Pensar en cada recorrido desde Pantoja hasta Sumak Allpa haciendo uso del Yayallakiwan el bote misionero  que dejó Juan Marcos. Y menciono mucho a esta sacerdote porque él dejó una fuerte mística misionera para todo aquel que trabaja en el Vicariato San José del Amazonas. Yo personalmente nunca lo conocí. Pero leyendo sus escritos en los libros que publicó, pero sobretodo viviendo al lado de la gente que él formó y acompañó pude conocer al querido Yayapakri como le decían los kichwas. También no puedo dejar de mencionar a José Miguel Goldáraz, un capuchino español que trabaja en el lado ecuatoriano del Napo quien junto a sus hermanos apoyaron mucho la misión de las mercedarias en el Alto Napo sobretodo en lo que respecta a la formación de los animadores cristianos en el CEFIR en Pompeya - Ecuador donde participé con Manuela o Janet algunos años.

Esa espiritualidad del encuentro y de la acogida que ahora habla Francisco en la Iglesia aquí lo aprendí. Los napurunas me hicieron bajar del segundo piso para hablarles de Dios que  ahora para mí lo empecé a llamar Pachayaya. Sí, es verdad, bajé del segundo piso. En la misión napuruna casi todos mis esquemas recibidos en los años de formación se quedaron allí en esos años. Para mí eran nuevos tiempos, nuevos retos, nuevos desafíos, pero sobretodo nueva teología: Pachayaya y el Sumak Kawsana.

Confieso que no soy  un dedicado a la cocina ni a las cosas de la casa. Manuela, Virginia y Janet y últimamente Hilda me cuidaban a su estilo: "oye gordo, ya muévete y has algo me decían", pero estaban allí atentas a prestarme un cariño o un afecto fraterno. Y esto es verdad, la fraternidad es la clave en la misión más allá de las diferencias y de los gritos y de nuestras debilidades. Siempre he pensado que la vida religiosa femenina es muy compleja y desafiante. Con ellas mientras vivía en la casita misionera pude confirmarlo.

Recuerdo que mientras ellas dormían en el bote encima de una tabla y un pequeño colchón, nosotros los varones dormíamos en la pona, sea en la casa del profesor o en la casa comunal. Hasta que llegó el día en que la lancha nos despertó en Puerto Aurora. Florentino y Amable corrieron al escuchar los gritos de la profesora que nos avisaba que la lancha apretaba el bote de la misión con Manuela y Janet adentro. Ellos corrieron más rápido que yo. Cuando llegué lo sorprendente fue que ellos miraban de lejitos como el bote misionero había quedaba averiado con las hermanas dentro. Janet recién despertaba al escuchar los gritos de Manuela, inclusive dijo "tranquila Mañu es solo una pesadilla", mientras que Manuela le decía "¡cual pesadilla nos está apretando la lancha..., levántate!. Y empezaron a gritar. Corriendo fui a gritar a Tulipán el capitán de la embarcación. Nunca pagó los daños ocasionados.

En realidad hay muchas anécdotas que vienen a mi mente. La más hermosa fue cuando con el ahora P. Wesley, un OMI de Brasil, surcamos en el bote de madera y con un joven nos fuimos rumbo a Angoteros y la tormenta y la lluvia y las playas impidieron que llegásemos a nuestro destino. Wesley en medio del bote rezando el rosario, yo en la proa y Jhon de motorista nos aventuramos a surcar y una de esas tormentas que nunca faltan en la selva nos agarró y nos llevó al canto del río. Ya era de noche y tuvimos que atracar en la casa de una familia cuyo papá estaba bien borracho, quizás porque su wawa había nacido. Ver a Wesley tomar en sus manos al bebé, me dijo sorprendido: "que lindo bebé indígena, es la primera vez que tengo en mis manos a un indígena bebé recién nacido". Realmente el cuadro fue hermoso. Dios permitía la vida en medio de las tormentas  y de la fuerte lluvia y el sonido de los truenos y fuerte olas en el río. Nos quedamos allí en la casa a dormir. Había allí en la pona mucho maíz que habían cosechado, por ende muchas ratas muy cerca que en la noche rodeaban el maíz y se escuchaba el sonido de los dientes cuando comían. Muy de mañana agradecidos a la familia nos despedimos y partimos a Angoteros. Wesley también al llegar se sorprendió del testimonio de vida religiosa que daban las hermanas.

Gracias Manuela, Virginia, Janet e Hilda por su entrega y dedicación. Por defender la cultura y preocuparse de nuestros hermanos napurunas. La muerte de Amable hace poco me hace pensar que realmente sin ellos, la vida misionera en el Alto Napo no puede ser completa.

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