lunes, 27 de febrero de 2017

¿Por qué abandonas el hormiguero?... le gritaba.

La beata sikisapa

En la Amazonia se da un estupendo fenómeno: la lluvia con sol. Como en muchas ocasiones, cuando la lluvia había terminado, el fuerte sol anunciaba una excelente jornada. Era en medio de la selva, junto a miles de miles: la sikisapa. Una grande hormiga que no solo volaba, sino que también andaba en grupos inmensos para portar la comida al hormiguero y asegurar el invierno. Su gran característica es que tiene la parte trasera negra o roja y muy grande en comparación al resto de su cuerpo. Cuando pica el dolor te dura una semana.

Todas trabajaban, ninguna se detenía. Formaban largas filas, unas iban, otras venían. Casi todas si excepción podían romper el ritmo. El momento curioso era cuando parecía que se detenían y que se miraban a las caras para saludarse... “¡Que tenga un buen día!”, decía una, y la otra respondía... “¡Para usted también!”. El hormiguero era dirigido por la sikisapa reina, ella miraba siempre volando desde lo alto. Observaba a cada una, cómo contentas transportaban las hojas de los árboles o algún insecto que lo encontraban muerto o casi muerto. Todo lo que servía como alimento era transportado al hormiguero. Ellas son como las recicladoras naturales de la selva.

Así pasaban los días llenos de trabajo, desde que el sol salía hasta que éste se acostaba. La sikisapa reina observaba siempre desde lo alto. Ese era su labor, cuidar el hormiguero. Una vez vio como una se apartaba de la fila tres veces al día: al inicio, al medio día y casi al final. Se iba sola, aprovechaba que todas se concentraban en su trabajo y como eran muchas no se caía en la cuenta quien faltaba. A veces, ni importaba quien pasaba a tu lado, basta con responder al saludo o con acabar con la tarea del día. Esta era, la beata sikisapa. Se llamaba así, porque sabía aprovechar el tiempo para escaparse y mirar al sol. La creían loca. Por la mañana le pedía que no sea duro con todas. Al medio día le agradecía por haber sido complaciente y no quemar mucho haciendo que la jornada sea bastante agradable. Y al final, cuando éste terminaba el día, la beata sikisapa corría dejando el hormiguero para decirle que no se vaya por mucho tiempo: “señor sol, lo queremos mañana para continuar el trabajo…, todavía hay espacio en el hormiguero”. Le decía cada atardecer.

Una mañana, la sikisapa reina, voló raudamente hacia la beata y le dijo: “¿por qué abandonas el hormiguero?..., ¡te he estado observando! ¡Te escapas tres veces al día! ¡Te llevaré al Consejo y trataremos tu caso porque no trabajas como los demás...! ¡Estás perdiendo el tiempo!” Le decía con fuerte voz. La beata le dijo: “Solo le digo al señor sol que nos cuide, que de lo alto nos proteja porque tenemos que completar todas juntas el trabajo”.

Llegó el día cuando se juntaron el viento y la lluvia. Era una gran tempestad. Todavía no amanecía, el sol no había salido. Todas esperaban el primer rayo del sol para empezar la jornada. Pero el viento y la lluvia no lo permitían. Para la beata sikisapa, no pudiendo soportar decidió romper la regla. Usó sus alas y escapó del hormiguero. Nadie podía usar sus alas, solo la reina. Pero la beata salió apresuradamente. Y volando y volando hasta la copa de la Lupuna, –el árbol más antiguo y alto de la Amazonía–, empezó a ver como el río había cambiado su cauce. Arrastrando con él, lodo y piedras y desapareciendo todo a su paso. Su vuelo de retorno fue raudo. Llegó y advirtió a todas que tendrían que escapar. “¡Corran, corran… Todas hacia la Mamá Lupuna!”, gritaba fuerte. Al inicio la reina dudó. Salió a ver de lo alto y constató lo que había dicho la beata. Todas, a la orden de la reina salieron venciendo el estupor. Se dirigieron a la Vieja Lupuna que estaba, menos mal cerca del hormiguero. Ella extendiendo sus grandes ramas ayudada por el viento, ayudó a que todas pudiesen subir hacia ella. Al poco tiempo, cuando todas habían subido llegaron las aguas y con ellas el barro y las piedras, borrando todo a su paso. La reina agradeció a la beata, y desde esa fecha, todo el hormiguero hace un alto tres veces al día. Todos se empezaron a recordar que tenían que detener el trabajo en esos momentos de la jornada.

Por ROBERTO CARRASCO ROJAS


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